Por Eduardo Higuera
Una cosa es la popularidad y otra muy distinta el rendimiento.
Philip Kerr
Quizá el título está mal y debí escribir “popularidad histérica”, pues los tan cacareados niveles de aprobación presidencial es casi el único bastión retórico que le queda a Andrés Manuel López Obrador al inicio de su penúltimo año como rey sexenal, monarquía a la vieja usanza del PRI hegemónico y al que tanto extraña e imita.
La lucha anticorrupción, el crecimiento económico del 6%, el combate a la pobreza, el no endeudamiento, la medicina gratuita y para todos con todos los medicamentos y tratamientos incluidos, el embate contra el crimen organizado y hasta el hecho de que no viviría en Los Pinos ni en Palacio Nacional, el uso correcto del presupuesto y la austeridad que detendría el despilfarro de recursos en proyectos inútiles, así como el impulso a la democracia son las más conocidas y recurrentes de sus fallas.
Por eso hablo de histeria, o más correctamente de desesperación bien fundamentada. Incluso aquellos programas que han dado algunos frutos, como jóvenes construyendo el futuro, o políticas correctas, como el aumento de salario mínimo a pesar de las presiones inflacionarias que pueda generar, son gotas de lluvia en un mar de ineptitud y fracasos que ni las frases chuscas o la música sabrosa de Chico Che pueden ocultar.
Así llegamos a la popularidad, palabra que encierra mucha vanidad, ego y necesidad de autoaprobación y que es utilizada como forma de evitar enfrentar los hechos. Y en esta frase, aunque está dedicada al presidente y sus partidarios, podemos incluir sin ningún problema a gran parte de la oposición partidista. Basta mencionar a un Marko Cortés que prefiere desgarrar su militancia con tal de reelegirse o un Alito que bandea según le conviene (mientras sigue sintiendo que es el líder del mayor partido del país), como botones de muestra.
Sin duda la contramarcha del 27 de noviembre es la mejor muestra de esta necesidad de popularidad. Ante el músculo de la sociedad, el inquilino presidencial de palacio nacional busca mostrar quién la tiene más grande, la popularidad, y es capaz de dilapidar cientos de millones de pesos con tal de demostrarse a si mismo que “no está solo”.
Todo por demostrar que esta respaldado por algo más que su séquito y por demostrar, cual porrista de prepa en crisis, que es el MÁS popular.
El origen de esta crisis se puede rastrear fácilmente, inicia en 2021 cuando se reduce el número de votos en favor del partido guinda y sus aliados, se incrementa cuando un magro 18% acudió a las casillas de opinión en un acto que presidencia transformó en un referéndum de aprobación, en lugar de un posible voto de censura en su contra.
La sensación de que el activo de la popularidad se desgastaba rápidamente aumentó en septiembre pasado, al darse a conocer unas encuestas, método que tanto le gusta mencionar a la feligresía como base de legitimidad transformacionista, en las que el INE había obtenido casi 10% de aprobación por encima del líder bienamado del neopriismo guinda.
Ya el vaso se desbordaba cuando se le ocurrió a un grupito mínimo, insignificante, casi invisible, de 500 mil personas en la CDMX y casi tres millones en 50 ciudades del territorio nacional y en el extranjero, la idea de oponerse con una mega marcha a los designios del pueblo encarnado en el hombre indispensable, vulgarmente conocido como ciudadano presidente, para transformar la democracia mexicana en SU democracia, donde siempre pueda triunfar el gobierno.
Por eso se usaron cientos de camiones, se repartieron decenas de miles de tortas, se imprimieron cientos de playeras que uniformaban a la gente con la consigna presidencial y se amenazó a los beneficiarios de programas y locatarios de mercados para que asistieran voluntariamente a fuerzas, se usaron funcionarios de los gobiernos guinda para poner propaganda por todos lados y se aceptó de forma maquiavélica que el acarreo era la metodología: todo para demostrar que la popularidad sigue siendo patrimonio del primer morenista de la patria.
Y aún así, el día 1º de diciembre se dio a conocer un cuadro comparativo de popularidad en el 4º año de gobierno de los últimos cinco sexenios y AMLO resultó el 2º menos popular de todos, solo superado por un Peña Nieto con 24% de aprobación. Perdion ante Zedillo, Calderón y Fox.
Así pues, con todos los antecedentes del caso podemos pensar con toda certeza que la popularidad, esa dama veleidosa y caprichuda, será el eje de campaña de 2023 y, sin duda, de 2024.
Olvidemos indicadores de eficiencia en el gobierno, los accidentes del metro, la opacidad de las cuentas públicas, las masacres incontrolables, el despilfarro en los proyectos mascota, que al presidente ya lo hayan relacionado con los sobornos del Chapo en USA o en las miles de muertes de niños con cáncer por el desabasto médico que ya tiene casi 4 años. Las encuestas serán el parangón que guiará las campañas electorales desde el gobierno y, con su inacción y falta de inteligencia estratégica, de la oposición partidista.
La duda es si esta popularidad “histriónica” del presidente, originada por su manejo de la agenda desde sus maitines, es suficiente para lograr una victoria holgada o, por el contrario, bastará apenas para un triunfo cerrado, que obligue a un reparto del carro completo entre varias fuerzas políticas.
Mi apuesta es que mono viejo de cilindrero no aprende nuevos trucos. Por esta razón se incrementa el triunfalismo de los actos populares (Sheinbaum insistió que la marcha estará en los libros de historia), se incrementara el ataque de los que nos son parte de las acciones popularizantes (“racistas, clasistas, fifís, hipócritas”) y se establecerán nuevas estrategias para incrementar la popularidad de los candidatos guindas, casi seguro violando la ley con intervenciones del supremo poder popular presidencial.
Todo para que la popularidad alcance para el relevo presidencial en puerta.
¿Y la oposición?, como siempre, reaccionando a destiempo y mal.
No a cualquiera le quedan las botas para domar esta yegua brava, sin duda.
@HigueraB
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