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AMLO y el diálogo público

Actualizado: 11 mar 2020

Por Sergio Anzaldo Baeza


Si el debate público es una característica fundacional de la vida democrática, nosotros estamos en pañales. Por lo menos es lo que sugieren las críticas a las criticas que con nombre y apellido le gusta lanzar a AMLO a la primera provocación. Pareciera que en muchos espacios predomina una cierta añoranza a lo políticamente correcto, sin considerar que en nuestro caso nunca existió y que, además, la coyuntura social, política y mediática hoy lo hacen políticamente inviable. Echemos un vistazo al túnel del tiempo.



No olvidemos que el punto 7 del pliego petitorio del Movimiento del 68 era diálogo público, misma demanda que fue atendida con una madriza pública el 2 de octubre. Y que luego se reiteró esta misma respuesta el 10 de junio de 1971.


De hecho, durante este periodo el preciso era prácticamente inaccesible y, acaso, se le podía ver a lo lejos en eventos muy programados y difundidos puntualmente por los medios que ahora denominamos tradicionales, sin derecho a cuestionamiento o réplica alguna.


Los límites de este modelo de comunicación política para generar consensos empezaron a ser tan evidentes que José López Portillo, víctima del vacío político de la propia clase política que se negó a presentar un candidato que compitiera con él en la campaña presidencial de 1976, inventó un foro para acercarse a esta propia clase política y entablar un incipiente diálogo entre ellos con sus fastuosos Encuentros de la República. Miguel de la Madrid tuvo que armar una pasarela pública de seis distinguidos políticos para procesar al interior de su partido la designación de su candidato a la presidencia de la República. Ni aun así evitó la ruptura interna.


Salinas estaba en lo suyo y de plano declaró que ni veía ni oía a la oposición. Sin embargo, y posiblemente a pesar de él, tuvo que permitir el primer debate presidencial que, por lo acartonado y controlado del formato, más bien aletargó al respetable.


Zedillo mejor planteó su sana distancia y le levantó la mano a Fox. Pero esta sana distancia tuvo, entre otras consecuencias, ciudadanizar al otrora IFE que impulsó varios debates presidenciales. Como dato curioso, recordemos que, para constatar la ausencia de entrenamiento en la cultura del debate por parte de lo más granado de nuestra clase política, Labastida contrató a uno de los consultores gringos más renombrados de aquel momento que le cobró por hacer el oso en cadena nacional al acusar a Fox de “me dijiste mariquita, me dijiste mandilón…”.


Fox mejor dejó en manos de Martita y de Televisa vía Bernardo Gómez el diseño estratégico de la comunicación institucional, y a su vocero la rectificación cotidiana de la versión oficial de su gestión pública. O sea, lo que el señor presidente quiso decir…


Durante la campaña presidencial del 2006 el IFE y los partidos políticos siguieron organizando debates aburridos con los candidatos. Sin embargo, la nota del primero de éstos fue la ausencia de AMLO que no asistió porque pensó, acertadamente, que le iban a echar montón. A partir de ahí quedó claro que la peor táctica de comunicación política es dejar la silla vacía.


A Calderón y Peña les gustaba mucho el salón Adolfo López Mateos de los pinoles, donde organizaron la mayor parte de sus eventos con públicos controlados y cobertura de prensa, también controlada y sin chance para preguntas y respuestas. Claro que también gustaban de las giras nacionales e internacionales, siempre y cuando la dinámica con la prensa fuera la misma. Este ordenado esquema de comunicación también tuvo bemoles. El equipo de Calderón se vio en la necesidad de aclarar públicamente que si trabajaba por las tardes y no se dedicaba únicamente a empinar el codo. El personal de Peña llegó a tener oídos y garganta inflamados por tantas llamadas telefónicas que hacían todos los días a los amigos de los medios a fin de precisar el criterio editorial que les interesaba destacar.


En este breve e injusto recuento, el diálogo, el debate y confrontación personal de la clase política en el gobierno se reducía prácticamente a las comparecencias en las cámaras de diputados y senadores y a los periodos de campañas políticas. Las entrevistas con los periodistas además de esporádicas excepcionalmente no eran a modo.


Los encuentros para debatir con grupos de la sociedad civil eran inusitados, como el encuentro de Javier Sicilia con Felipe Calderón en junio de 2011 en el Alcázar del Castillo de Chapultepec o como la rueda de prensa abierta de Murillo Karam sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapan, que concluyó con la tristemente célebre frase: ya me cansé. Fueron golondrinas que no hicieron verano.


En este contexto, tanto las mañaneras como las giras y encuentros que AMLO realiza de manera cotidiana representan un modelo de comunicación que, con independencia de las barrabasadas que se cometan, difícilmente los equipos que lleguen a la presidencia en los sexenios por venir podrán obviar.


Con las mañaneras como Jefe de Gobierno, AMLO logró sustituir a la tele por la radio como el principal medio para difundir las primicias. Con las mañaneras como presidente, se mete al nuevo y efímero ciclo informativo de las redes sociales, que se renueva varias veces al día. Con sus declaraciones políticamente incorrectas se posiciona en una sociedad cada vez más fragmentada y polarizada, tomando claramente partido por un fragmento social. Con sus recurrentes clases de historia y su vehemencia para regañar incluso al respetable, da la batalla persuasiva contra quienes demandan atención inmediata a sus reclamos personales.


Para bien y para mal, AMLO nos está acostumbrando al debate público. Supongo que la próxima administración, cualquiera que sea, estará obligada a mantener la comparecencia cotidiana de sus acciones y omisiones ante los medios de comunicación, so pena de ver drásticamente reducidos sus márgenes de gobernabilidad como sucede en otras partes del mundo. Nos guste o no, en una democracia la batalla política se da en la cabeza de las personas armadas con un smartphone en la mano. Hoy no hay condiciones para rehuir el debate público.

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