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Comprar una casa también afecta al planeta

Por Carolina Estrada


Habitar un hogar, bajo los estándares sociales, culturales y económicos en que vivimos actualmente implica, por una parte, un acaparamiento de recursos naturales como agua, aire y espacio y, por el otro, la producción de desechos y el entorpecimiento de procesos naturales que ocurrían donde ahora hay asfalto, cemento y tuberías. El agua, por ejemplo, requiere suelos boscosos para ser captada, capturada y distribuida hacia los mantos acuíferos de los cuales nos abastecemos. Cuando un conjunto de casas se instala en lo que antes fue un bosque, de inmediato ese captador de agua queda cerrado y muy probablemente los mantos acuíferos se contaminen debido a los residuos sólidos y las aguas negras y o grises que, de no ser adecuadamente manejadas, pronto enturbiarán el agua de la que todos bebemos.

Hablar de desarrollo urbanístico es una tarea compleja. Todos necesitamos un hogar, salir adelante y contar con oportunidades de crecimiento, pero cuando se trata de construir nuevos espacios la situación se torna más compleja. Ampliar las urbes implica ganar espacio a terrenos que antes fueron áreas naturales. Cada nueva casa por pequeña o lujosa que pueda ser implica desplazar especies de flora y de fauna que en muchos casos juegan un papel mucho más complejo del que nos imaginamos y que además pueden representar un equilibrio y un beneficio no sólo para quien ahí habita, sino para toda la comunidad aledaña a la zona. Debido a la complejidad del mercado inmobiliario, muchas veces resulta mucho más barato acceder a una vivienda nueva que remodelar u ocupar espacios ya urbanizados. Por eso los desarrollos inmobiliarios son un negocio tan lucrativo en nuestro país.


Ese es el caso del Bosque de Agua en el municipio de Jilotzingo, en el Estado de México, donde un megaproyecto conocido como Bosque Diamante, amenaza con destruir una importante reserva que juega un papel preponderante en el abastecimiento de agua y recursos naturales para los habitantes de la Ciudad de México y el Área Metropolitana, que incluye los municipios de Atizapán de Zaragoza, Cuititlán Izcalli, Naucalpan y Tlalnepantla, entre otros.


Jilotzingo es una zona boscosa que forma parte de la recarga acuífera del Valle de México y Toluca, la cuenca es parte a su vez de las regiones hidrológicas de los ríos Pánuco y Lerma. El punto donde desea construirse dicho desarrollo converge entre dos áreas naturales protegidas: El Parque Estatal Otomí-Mexica y la Reserva Ecológica Estatal de Espíritu Santo. Bosque Diamante pretende construir aproximadamente 20 mil viviendas, lo que atraería entre 80 y 100 mil nuevas personas. Esto implica triplicar la cantidad de viviendas actuales (6,079 en 2020) y cuadruplicar la población actual de 19, 877 habitantes. Para poder lograr esto se requiere talar cerca de 186 mil 504 árboles.


En en 2017, días después de que se dieron las últimas autorizaciones para el proyecto, diversos colectivos civiles iniciaron campañas en diversas plataformas y mediante distintas acciones para frenarlo. Fue así como lograron un amparo que permitió frenar el desarrollo hasta ahora, cuando el Juez Décimo de Distrito en el Estado de México solicitó una revisión que puede derivar en la liberación del proyecto que, como medida de mitigación ecológica ante el tamaño del daño que pretende hacer, ofrece la reforestación de 237 hectáreas en el ejido de Zinacantepec.


El problema no sólo estriba en la cantidad de bosque que desea deforestarse, sino en la poca disposición por parte de la empresa denominada Bosque Avivia 58, S. A. de C. V., cuyos accionistas mayoritarios son Ricardo y Francisco Javier Funtanet Mange, para construir desarrollos con un menor impacto ambiental. En ninguno de sus planos y proyectos se presentan medidas que mitiguen la presencia de tantas casas y personas en la zona. No se habla de planes para el manejo adecuado de residuos sólidos, no se mencionan métodos conocidos e innovadores para el manejo de aguas grises o negras y tampoco se habla de cómo mitigar el impacto de asfaltar una zona que es un captador de agua. Ni qué decir de la flora y fauna endémica del lugar. Simplemente se espera que con sembrar otros árboles jóvenes en otro terreno todo marche bien.


¿Por qué entonces las autoridades aprobaron en su momento un proyecto de esta magnitud y hoy no le han cerrado la puerta definitivamente? ¿Cómo es posible que, ante el panorama que vivimos, la crisis del agua que se avecina, se dé entrada a un proyecto que va a disminuir todavía más el agua potable disponible? Todos sabemos la respuesta: corrupción. Una que es tan grave que no le importa dañar el destino de miles de personas, perder un recurso tan valioso e importante porque es tan individualista y que es cometida por una autoridad tan corta de miras que piensa que no le va a afectar, que el dinero será suficiente para comprarle una vida mejor en un lugar alejado del problema. Y sí, es verdad, probablemente ocurra de momento, pero, tarde o temprano, el costo de un daño de este tipo acabará alcanzándonos a todos por igual.


Para mí este caso es especialmente angustioso. Crecí y me desarrollé la mayor parte de mi vida en estos parajes, me son totalmente familiares ya que varias generaciones atrás mis ancestros se asentaron en el municipio de Nicolás Romero, aledaño a la zona; cultivaron la tierra y detentaron ese modo de vida que hoy los pobladores de Jilotzingo ven amenazado. Yo conozco ese modelo de desarrollo que utiliza los cuerpos de agua como drenajes a cielo abierto, que tala árboles sin consideración para instalar casas, locales o simplemente para abrir espacio en las calles. Ese modelo económico beneficia a muy pocos a costa de muchísimos, desaparece negocios locales, empobrece la tierra y los alimentos y daña el tejido social y cultural de sus pobladores, pero también les arranca la verdadera riqueza que poseen: el contacto con la naturaleza. La vida cercana al campo brinda muchísimas más posibilidades que las que se pueden apreciar a simple vista, pero quizá no están hoy tan valoradas como debieran. En un futuro, cuando nos queden cada vez menos reservas naturales, espacios rurales, quizá ese valor aumente, pero hoy, por desgracia, todavía no somos capaces de apreciarlo tal y como está, sin modificarlo.


No sólo se trata de defender los bosques, los recursos naturales que nos pertenecen a todos. También se trata de aprender a vivir con lo que ya tenemos, a modificar paulatinamente la forma en que habitamos las ciudades, a decir no a nuevos desarrollos que destruyan las áreas naturales. Cada casa ya construida es una oportunidad para vivir mejor y en equilibrio: captar agua, revitalizar el agua gris, utilizar baño seco, hacer composta y separar nuestros residuos son prácticas que tienen que convertirse en algo común. Cada nuevo desarrollo, cada nueva casa a la venta debe contar con infraestructura de este tipo para hacer posible que nuestro impacto sea mitigado. Debemos pedir más porque el poder de consumo sigue estando en nosotros. Ningún negocio puede darse si no hay quien lo compre así que, la próxima vez que nos cambiemos de casa o queramos invertir en un desarrollo inmobiliario, la plusvalía será una más de las cosas que deberemos tomar en cuenta.

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