Por Nohemy García Duarte
En los últimos tiempos, en México y en el mundo se intensifica un debate público muy relevante sobre el papel de los medios de comunicación en la esfera política. El centro de la cuestión, a mi modo de ver, es definir si sus acciones y desempeño profesional contribuyen al fortalecimiento de la democracia en las sociedades contemporáneas, en tanto actores políticos que tienen una posición clara y definida, que no siempre corresponde a la de los gobiernos en el poder, por muy legítimos que éstos sean.
Al respecto, cobra relevancia el Informe Bronner, que el pasado 11 de enero fue entregado al presidente de Francia, Emmanuel Macron, y que fue elaborado con el propósito de encontrar alternativas para proteger la vida democrática y la cohesión social de la ciudadanía francesa, ante el evidente deterioro del “espacio epistémico común necesario a la confrontación de opiniones, de ideas y de valores”.
Dicho Informe plantea que hoy en día la libertad de expresión, de información y de opinión en el mundo están en riesgo por la creciente utilización de los medios digitales para la propagación de campañas de odio por actores de los “extremismos, la discordia, la violencia, las derivas sectarias y los obscurantismos”. Para hacer frente a esta problemática, el comité de expertos recomienda, entre otras acciones, la regulación de las plataformas digitales por parte de autoridades gubernamentales, así como la creación de un grupo de trabajo en la OCDE en un espíritu de corregulación”. Es decir, se pronuncia por obligar a las empresas productoras de contenidos mediáticos a rendir cuentas y a establecer controles que contribuyan a desmontar gradualmente la economía de las falsas noticias.
Por otra parte, pero en el mismo interés, la Carta encíclica propuesta por el Papa Francisco como forma de vida para los católicos del mundo —publicada en octubre de 2020—, subraya que hoy en día uno de los mayores obstáculos que enfrentan la fraternidad y la amistad social tiene que ver con los movimientos de odio y de destrucción que se promueven en los medios de comunicaciones en general, pero en las redes sociales, en particular. “La agresión social encuentra en los dispositivos móviles y en los ordenadores un espacio de ampliación sin igual”.
La crítica papal reflexiona sobre la necesidad de “sentarse a escuchar al otro” como una condición básica del encuentro humano, como un paradigma de actitud receptiva que se ha perdido en los últimos tiempos. “A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona, Y cuando está a mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir”, por lo que, agrega, “no hay que perder la capacidad de escucha (…); se puede encontrar la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión apasionada”.
En este contexto bien podemos ubicar la situación política que vivimos hoy en el país respecto al papel de los medios de comunicación y su relación con el gobierno de la Cuarta Transformación. Se trata de una relación de conflictividad entre grupos de poder que se expresan a través de los medios de comunicación masivos y digitales, en una dinámica política que busca generalizar una visión del mundo que es particular, con la que se identifican los dueños de esos medios, y también quienes tienen acceso a esos espacios, como la clase política y los sectores sociales afines a la misma.
Sin embargo, esa perspectiva no parece ser la visión hegemónica hoy en día en el país, ni necesariamente es compartida por otros actores sociales. Esta disociación quedó claramente evidenciada desde las elecciones presidenciales de julio del 2018, cuando llegó al poder un partido político con una propuesta programática opuesta a la dominante en esa época.
Lo anterior explica el aire de conflictividad política que desde entonces se respira en la esfera pública nacional, y que se vuelve más denso en el ámbito específico de los medios de comunicación. Esto no tendría por qué sorprendernos, según afirma Chantal Mouffe, puesto que es una condición sine qua non de las democracias modernas. Por el contrario, esta perspectiva nos ayuda a concebir al adversario como un “Otro” o un Ellos que tiene una identidad colectiva y una posición discursiva diferente a la propia, pero que no por ello deja de pertenecer a la misma comunidad política en la que está el Nosotros. Es decir, debemos ver a ese “Otro” como un adversario con legítimo derecho a defender sus ideas, tanto e igual que un “Nosotros”.
Si partimos de esta base, es posible que tengamos mayor comprensión y claridad sobre la lucha de intereses que se mueven en el ámbito de los medios de comunicación, a los que tienen acceso unos y otros, en donde la defensa de la libertad de expresión y la verdad, también tiene propósitos políticos que van más allá de los meramente informativos. Lo cual no está mal, pues de eso trata la democracia, del derecho que tenemos todos a participar en el debate público y a que nuestros puntos de vista sean escuchados en el ágora social.
No obstante, alcanzar tal diversidad de voces en el debate público no es algo fácil de lograr, menos aún si también se exigen criterios de rigurosidad veracidad de la información divulgada. Sólo un periodismo serio, que estimule la reflexión y el pensamiento crítico en la ciudadanía mediante la producción de artículos de investigación y reportajes de profundidad es el que podrá contribuir a proteger la ciudadanía y la cohesión social de las naciones del orbe. Y sólo con un diálogo plural y sustentado en la verdad seremos capaces de comunicarnos con el adversario sin exclusiones y respetando las reglas de la convivencia democrática.
Este es el reto al que, hoy por hoy, los mexicanos, al igual que los habitantes de otras muchas naciones democráticas afines, tienen como preocupación central para la consolidación de la vida en comunidad, sin que necesariamente todos tengamos que pensar igual ni ser iguales. En este contexto cobra relevancia la lectura del Informe Bronner referido inicialmente, y estar atentos a cómo la sociedad francesa y los actores políticos de ese país se comportan, pues creo que mucho nos ayudaría a los connacionales a ampliar nuestra perspectiva política de un entorno local (de aldea), a uno global, de alcance internacional.
Entre otras cosas, nos podríamos dar cuenta de que lo que ahora pasa en México es semejante a lo que también sucede en democracias modernas como la de Francia, y quizás, también nos podría servir para avanzar en nuestras aspiraciones de consolidar nuestra democracia en el marco de una ciudadanía moderna, propia del siglo XXI.
@NohemyGarcaDual
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