El toro que embistió la gloria
- marcomiranda75
- 12 jun
- 3 Min. de lectura
Por Sergio Torres Ávila
Lo he vivido. Sé lo que cuesta sostener los vatios en una pendiente larga, con el ánfora vacía y las piernas gritando y seguir, sólo por terquedad

Hay deportes que no se juegan: se resisten. No siempre se enfrentan a un rival, sino al cuerpo que cede, al tiempo que aprieta, a la montaña que impone. Subirla es una lucha muda. Las piernas arden. El aire falta. Bajarla es otra. Velocidad al límite, manos tensas, adrenalina entre curvas y árboles.
Me apasiona el ciclismo. Lo he vivido. Sé lo que cuesta sostener los vatios en una pendiente larga, con el ánfora vacía y las piernas gritando y seguir, sólo por terquedad.
Por eso valoro el esfuerzo brutal que realizan los locos profesionales del ciclismo. Cada año, sigo con fascinación la temporada de las grandes clásicas europeas. Pero este 2025, el Giro d’Italia (una de las tres grandes) fue distinto. Una edición escrita para la gloria del ciclismo mexicano, de una nueva generación de corredores, y de algo más profundo, la fuerza del espíritu humano cuando se convence de que está listo para desafiar lo imposible.
En el ascenso duro del sterrato, la terracería italiana, donde se enfrentan hombres y destinos, apareció un ciclista mexicano con apellido de animal salvaje y noble: Isaac del Toro. Un muchacho que no necesitó himnos ni aspavientos para embestir el éxito. Que logró un segundo lugar general que nos supo a primerísimo.
Llegó por primera vez, sin conocer el recorrido, cargando con el peso de venir de un país sin tradición ciclista. Tenía todo en contra. Venía a aprender, a sumar fondo, a sufrir. Estaba en el mejor equipo del mundo, sí, pero como gregario, como apoyo silencioso.
Y así como el toro no embiste por rabia, sino porque ha sido acorralado por el destino, Isaac pedaleó solo contra las estadísticas, contra la geografía y contra la historia. En el ciclismo profesional, las grandes vueltas no se ganan sólo con las piernas. Se ganan con el corazón y la mente, masticando el dolor a solas, regulando cada ataque, dosificando la cadencia, sin dejar de escuchar esa voz interna, la fuerza mental que le repite al cuerpo cansado: “un kilómetro más. Vamos, aguanta”.
En 2023, el mundo del ciclismo lo descubrió al ganar el Tour de l’Avenir, considerado el Tour de Francia de los jóvenes. Entonces su nombre empezó a sonar fuerte. Antes de este Giro 2025, figuras como Johan Bruyneel y Lance Armstrong ya hablaban de Isaac como alguien a quién seguir. Pero incluso los más experimentados quedaron sorprendidos cuando se apoderó de la maglia rosa, la camiseta del líder general, y la defendió durante once etapas, tomando la punta del pelotón, aguantando los ataques, respondiendo con piernas y corazón hasta que, en una épica batalla en la penúltima jornada, le fue arrebatada.
Lo más revelador no fue su desempeño, sino su reacción tras la derrota. Mientras en México muchos celebrábamos el segundo lugar general como una victoria, Del Toro respondió con claridad:
“La verdad no lo es. Y la verdad creo que es algo que los mexicanos debemos entender. No ganamos, fuimos los primeros en perder. No pasa nada, es bonito, y es bonito estar así de cerca, pero no ganamos.”
Una mentalidad así no se encuentra todos los días, y menos en un joven de 21 años. Un pensamiento realista, sereno y consciente. Sin duda, es una de sus armas más poderosas. Esa claridad le permitirá regresar con más convicción y experiencia para intentarlo nuevamente. A diferencia de lo que se creía antes del Giro, hoy Isaac del Toro no es una promesa: ya es una fuerza. Una fuerza que, como su apellido sugiere, embiste desde lo hondo. No se forjó en laboratorios de alto rendimiento, sino en las carreteras desérticas de Ensenada, sin grandes ascensos, sin apoyo logístico significativo, pero en un entorno suficientemente retador para curtir a un espíritu poderoso.
En el Giro de Italia, Isaac del Toro no solo embistió la montaña. Embistió al destino. A la topografía que parecía susurrarle: “hasta aquí llegas”. A los libros de historia que aún no llevaban su nombre. A los equipos y especialistas que jamás lo vieron venir. Y por eso, aunque el triunfo en esta competencia se le haya escapado prácticamente en la última pendiente de la Colle delle Finestre, ganó algo mucho más difícil, el respeto de quienes sabemos cuánto cuesta llegar, cuánto sufrimiento cobra la pasión por lo que amamos.
No todos nacen para el podio. La mayoría pedaleamos por amor al sufrimiento compartido, por esa paz que llega cuando la subida termina. Pero ver a alguien como Del Toro, nacido del mismo polvo, del mismo esfuerzo solitario, del puro amor al ciclismo, nos recuerda que desde las carreteras agrietadas de nuestro México también se puede tocar el cielo. Y eso, cómo no, nos llena de orgullo.
Isaac del Toro es una esperanza para México. Una esperanza con piernas, con temple, con humildad. Una esperanza que, en una montaña italiana y fundido en la magia rosa, embistió la gloria, se ganó el respeto del pelotón y la ovación del mundo.
Chapeau, Torito.
Comments