Por: Eduardo Higuera
"El colmo de la estupidez es aprender lo que luego hay que olvidar."
ERASMO DE ROTTERDAM
Hace unos días pudimos ver una escena poco común en el Senado: los líderes de la mayoría sonreían y se abrazaban, todo era felicidad entre los legisladores, la reforma educativa había sido aprobada después de un largo estira y afloja que incluyó un rechazo previo de la misma en esa misma cámara.
Sin embrago, esta escena es engañosa. Los abrazos y el júbilo desbordado son causados por lograr un objetivo político, el de hacer pasar una reforma que era una promesa de campaña del gobierno de la 4T. El asunto de si es beneficiosa o no, si la reforma constituye una mejora sustantiva de la educación y un impulso para el desempeño del trinomio escuelas/alumnos/profesores según los estándares internacionales, eso ya es cuestionado y discutible.
Sin duda, la educación en México siempre ha estado en el centro de debate, desde la época en que Bravo Ahuja realizó la famosa reforma en los años 70, hasta nuestros días.
Si dejáramos todo hasta ahí, seguramente los mexicanos podríamos presumir de una educación que sería la envidia de Finlandia, y de todos eso países nórdicos que son tan famosos por su sistemas educativos.
Por desgracia a la frase le falta una segunda parte, esencial: Arruinándola casi por completo
Si dudan de esta aseveración, revisen los últimos seis años de la política y los medios de México y me dirán si me equivoco.
Desde el pacto por México, hasta la nueva reforma educativa de la 4T, hemos visto desfilar un sinnúmero de manifestaciones, foros de consulta, consultas populares (y si no, en cualquier momento se hace una), secretarios de educación que no saben qué hacer con el magisterio ni leer, maestros más preocupados en no ser evaluados que por sus alumnos, paros y suspensiones de clase en grandes porciones del territorio nacional y deprimentes resultados en pruebas que evalúan las capacidades, conocimientos y habilidades de los estudiantes (PISA, por ej.), sin que a nadie le parezca importante la educación.
Si no fuera así, la educación pública nacional no tendría los desafíos enormes como los que enfrenta hoy en día, las carencias abismales que nos colocan como uno de los países con peores resultados educativas en la OCDE, muchos de ellos producto de las negociaciones políticas y de ver al magisterio/la educación en términos de instrumento político para el gobierno de turno y nada más.
Por esta razón, los abrazos senatoriales no me producen ningún buen augurio ya que esta “nueva reforma” no tiene visos de diferenciarse a otras que la educación ha padecido en los últimos 40 años.
Y es que la política, si le preguntan a un mexicano avezado en estas lides, es una colección de guiños, gestos y abrazos protocolarios que, pese a todo, carecen de sustancia, al punto que parecen sacados del poema de Eliot, Los Hombres Huecos:
Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
Susurramos juntos
Quedas, sin sentido
Como viento sobre hierba seca
Por eso no extraña que se haya elegido el 15 de mayo para promulgar esta reforma. Al final también es un gesto hueco.
Y la educación es lo de menos. Es cierto que con la reforma del artículo tercero de la Constitución se ha conseguido que la educación inicial de nuestro país sea incluyente, pero también se estableció un limbo en el artículo 16 que permitirá retomar la tan conocida venta de plazas.
En otras palabras, el magisterio y el gobierno se dan un tiro en el pie y en lugar de tratar de salvar un poco de credibilidad, es decir de mejorar el sistema educativo, de por sí tan dañada por marchas-paros-plantones, se decidió que debía retornar el viejo sistema de dando y dando, que deja de lado muchos profesores capaces pero que no son parte de un grupo de poder de su gremio.
Los argumentos contrarios no lo son, pues se centran en hablar de que la reforma peñista era punitiva y que no tiene caso que exista un organismo como el IEE, que nada más medía el desempeño de los estudiantes. Algo que tal vez era cierto, pero que al final no tiene nada que ver con la educación.
Cuarenta años llevamos desde que se decidió el aggiornamento educativo, pero nunca se ha planteado como una política pública de largo alcance, transexenal, y que priorice de verdad las necesidades educativas de un siglo XXI que nos deja cada vez más a la zaga.
Los resultados, por desgracia no se verán hasta dentro de años y es muy posible que sea muy tarde ya para que los actores políticos, de todos los colores, puedan deshacer el entuerto que fabricaron.
Y aun está por verse lo que ocurrirá con el regreso de la maestra al frente del sindicato de profesores…
@HigueraB
*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.
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