Por Sergio Anzaldo Baeza
El titulo se lo fusile a Edmundo O’Gorman por su tono provocador para reflexionar a propósito de #México y lo mexicano en este tradicional mes de la patria, ahora inmerso en una Cuarta Transformación, a decir del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Para O’Gorman, en México se regó el tepache cuando en lugar de optar por un proceso de ajuste y adaptación de las instituciones políticas novohispanas para construir la novel nación independiente -a semejanza de Norteamérica, que adoptó y adaptó las instituciones inglesas para dar cuerpo a sus propias instituciones y normas-, se eligió la ruta de imitar, justamente, el modelo norteamericano para moldear al imberbe país sin considerar su pasado colonial y mucho menos el indígena. Por ello, a decir del autor, construimos una historia un tanto traumatizante para los habitantes.
En fin, es claro que sobre México y los mexicanos se ha tirado muchísima tinta. Por ejemplo, en 1934, hace 85 años, Samuel Ramos concluyó en El perfil del hombre y la cultura en México que los mexicanos padecemos un acusado sentimiento de inferioridad que conspira contra las grandes hazañas a que nos convoca la historia.
En 1950 Octavio Paz lanza una nueva provocación para seguir pensando sobre nosotros en tanto entes colectivos, con la publicación de su Laberinto de la Soledad en el que concluye que somos unos hijos de la chingada, es decir, de la conquista que nos ha orillado a la invisibilidad y mimetismo como formulas para sobrevivir.
Un par de años después Emilio Uranga, deslumbrado por la obra poética de Ramón López Velarde, jura que nuestra característica esencial es la zozobra, esa suerte de tristeza, angustia e inquietud, en su texto Análisis del ser del mexicano, al cual habría de responder a principios de los sesentas Jorge Portilla asegurando que más bien nos distingue el desmadre como fórmula vital para transitar por este valle de lágrimas, en su Fenomenología del Relajo.
En este breve y apurado recuento, la visión de Jorge Cuesta sobre la historia del país resulta particularmente útil para aventurar una eventual contextualización del momento que vivimos. En los artículos que escribió en El Universal durante la década de los treintas, Cuesta configuró la hipótesis que el elemento sustantivo con el cual el país se ha construido es la negación. Es decir, los mexicanos nos hemos inventado a nosotros mismos derrumbando y negando aquello que sentimos que nos caracteriza o sujeta a nuestro propio pasado. En este sentido, para afirmarnos, primero nos negamos. En su época Cuesta identificó tres episodios de radical negación histórica que configuraron el México que conoció. Primero, la negación de tres siglos de pasado colonial con la Independencia, lo que explica, dicho sea de paso, porque Hernán Cortés sigue agazapado en su nicho aguardando el reconocimiento oficial. Después vendría la negación de la vida religiosa en aras de la secularización de la vida pública con la Reforma, no exenta de vicisitudes como la guerra Cristera. Finalmente Cuesta ubica a la Revolución Mexicana como un movimiento de negación del yugo de oligarquías al pueblo y a la clase política, posiblemente por eso Porfirio Díaz espera, al lado de Jim Morrison, su repatriación. Bajo esta lógica interpretativa es inevitable contextualizar a la 4T como una radical negación a la corrupción y predominio del uso privado de los recursos públicos. Aunque aún es muy temprano para dimensionar su impacto en la historia nacional.
En fin, sea cual sea nuestra visión, es innegable que vivimos a plenitud lo que Paz conceptualizó como la tradición de la ruptura. Y qué mejor manera de hacerlo y disipar cualquier trauma que un mezcal, o dos. ¡Salud!
*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.
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