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Por Sergio Anzaldo Baeza


Contrario a lo que la mayoría de los ejercicios demoscópicos presagia sobre el desenlace de la elección en el Estado de México, aún es prematuro levantar la mano a cualquiera de las contendientes.



Cierto que, de acuerdo con las encuestas, el triunfo de Delfina parece inevitable, sin embargo, todavía debe traducir esa ventaja demoscópica en votos. Este es el gran reto de toda elección.


El Estado de México no sólo es complejo por el volumen de su lista nominal sino, sobre todo, por la tipología y dispersión de sus electores. De hecho, no es descabellado hablar de cuatro distintos y hasta contrapuestos Estados de México con problemáticas, prácticas socioculturales y ecosistemas mediáticos totalmente distintos: el del oriente, el del norte, el de la zona metropolitana de Toluca y el del sur.


Esta complejidad contribuye a entender porque el PRI sigue gobernando la entidad a contrapelo de la alternancia política que desde 1997 caracteriza al país. Al parecer los oponentes que han desafiado al PRI en la disputa por la gubernatura se han topado con esta complejidad. Veamos tres dimensiones fundamentales de la batalla electoral para entender porque todavía no es tiempo de gritar albricias.


La Trinchera


Hasta ahora, el PRI es el único partido que ha logrado acreditar representantes de partido en cada una de las más de 20 mil casillas que se instalan en la entidad. Verdaderas trincheras electorales.

El reto básico de Juntos Hacemos Historia y de Va por México es cubrir el cien por ciento de las trincheras. Para ello, requieren contar con una primera línea de 60 mil militantes o simpatizantes, capacitados y comprometidos, para desplegar en cada casilla un representante, un suplente y un suplente del suplente. Esta primera línea también requiere de una división de apoyo para traslados, comidas, comunicaciones e incidencias. Sin este soporte es previsible que las trincheras se abandonen a lo largo del día dejándolas a merced del adversario. Hasta ahora el PRI es el único partido que lo ha logrado y cuenta con su padrón de tradicionales representantes de casilla. Por su parte, Morena no ha podido y por eso no ha contado con las actas necesarias para documentar los eventuales fraudes electorales que ha denunciado.


El Campo


La infantería es fundamental. Es la responsable de la promoción territorial durante toda la campaña. Su misión es visitar las poco más de cuatro millones y medio de viviendas que hay en la entidad a fin de identificar y consolidar simpatizantes. Para realizar una promoción efectiva cada coalición necesita una división de, por lo menos, 9 mil promotores perfectamente distribuidos en el territorio para que cada uno pueda visitar 500 hogares durante la campaña. Lo pertinente es que estén bien capacitados, equipados, supervisados y coordinados, so pena de perder preferencia con una mala promoción, en lugar de consolidarla.


El día de la elección esta infantería se debe desdoblar o triplicar para replicar el trabajo de dos meses en no más de seis horas. No es fácil lograrlo y, en general, los partidos difícilmente alcanzan sus propias metas. Sin duda, el PRI del Edomex tiene mayor experiencia que Morena en esta actividad sustantiva.


El Aire


La batalla por aire, la que se dirime en los medios de comunicación y en las redes sociales, es la que ve el respetable.


En este ámbito, es indiscutible que Delfina Gómez tiene ventaja. Su narrativa de campaña está explícitamente vinculada a la de la 4T que, además, todos los días refuerza AMLO desde sus mañaneras. Por si fuera poco, tiene a su favor la corriente de opinión pública mayoritaria que desea un cambio en la entidad. Su lema “Vota por el Cambio” tiene el mérito de completar la ecuación de que un voto por Delfina es por la 4T y por el cambio en la entidad. Por cierto, fue afortunado el diseño de su evento de arranque de campaña al capitalizar el hecho de que fuera de noche utilizando un escenario en el que desde arriba se apreció en letras luminosas “Delfina es el Cambio” y al centro el contorno del Edomex, igualmente iluminado. Por lo pronto Delfina arrancó con un cambio innovador en la semiótica de campaña.


En este ámbito Alejandra del Moral tiene problemas agravados por el desprestigio social de los partidos que la cobijan, el cansancio natural de ser parte de un equipo que lleva casi cien años en el poder y por el hecho de que, hasta este momento, la oposición no ha podido articular una narrativa medianamente alternativa a la de la 4T. Por eso, en los primeros días de campaña parece que está jugando a la piñata para ver que lema pega: “Ale gobernadora valiente”; “unir es resolver”; “somos el cambio que une a las familias”; “únete a la ruta de la reconciliación”, son frases crípticas


con las que trata de configurar una narrativa que no está clara. Por si fuera poco, la inercia de hacer eventos masivos cobijada con políticos de renombre y de poco contacto con la gente sigue predominando. Su arranque de campaña da cuenta de más de lo mismo, copada por los dirigentes políticos que no gozan del mejor prestigio público. Semiótica y literalmente Alejandra comunica más de lo mismo.


Es previsible que aumente el tono del debate púbico entre Alejandra y Delfina y, a lo largo de la campaña, presenciemos ataques, descalificaciones, infundios, injurias, promesas que, a estas alturas, difícilmente definan el proceso pues desde hace tiempo estamos en ese canal mediático.


En Vilo


Va x México y Juntos Hacemos Historia tienen tal cúmulo de ventajas y desventajas que cualquiera de las dos coaliciones puede ganar, a pesar del dictado de las encuestas. Las elecciones se ganan con votos, no con rankings demoscópicos. El PRI del Estado de México ya derrotó en 17 a Delfina, a pesar del apoyo de AMLO. En 2021 Va x México ganó más votos que Juntos Hacemos Historia en las elecciones intermedias, a pesar de los altos niveles de aprobación de AMLO. Juntos Hacemos Historia solo derrotó a la oposición en 2018 gracias al efecto AMLO, que difícilmente se repetirá.


Delfina ya ganó la batalla por aire entre las candidatas. Para el ganar el 4 de junio también debe ganar en las trincheras y en el campo. En el 2021 Juntos Hacemos Historia perdió casi un millón trescientos mil votos en relación que los que obtuvo en 2018. Los votos que obtuvo en el 2021 no son suficientes para ganar, precisa traducir la preferencia de la opinión pública en votos.


La fortaleza de Alejandra son las trincheras y el campo. También cuenta con un consistente voto anti-AMLO que superó por más de 300 mil votos a la coalición de Juntos Hacemos Historia en las elecciones de ayuntamientos del 2021. Su reto es mantener ese volumen de votación sin otro argumento que oponerse a AMLO y a la 4T.

Habrá que comprar palomitas para esperar del desenlace del Estado de México en vilo.

Por Sergio Anzaldo Baeza


Resultan particularmente reveladoras de la polarización social que vivimos un par de interpretaciones contrapuestas sobre la marcha convocada por el presidente Andrés Manuel López Obrador el 27 de noviembre de 2022. Es interesante contrastar el horizonte de interpretación desde donde Jesús Silva-Herzog Márquez analiza esta manifestación con el que utiliza Fabrizio Mejía Madrid para el mismo propósito. Estos escritores pertenecen a una misma generación, Jesús es del 65, Fabrizio del 68, y ambos tienen una consistente trayectoria de analistas políticos, aunque su militancia en trincheras contrapuestas los lleva a lecturas diferentes que, evidentemente, llevan a líneas de acción también divergentes.


¿Persona o movimiento?


En su video columna publicada en Latinus “La marcha de AMLO es muestra de una personalización de la política”, Jesús señala que la marcha tuvo por propósito dar un carácter divino a AMLO: “campaña de estado por la sacralización del presidente” asegura el autor, aunque suene descabellado. Se trata, concluye Jesús de “una personalización de la política como no conocíamos desde el siglo XIX, incluso una concentración del poder que va más allá de lo que conocíamos bajo el régimen priista”.


En cambio, Fabrizio señala en su video columna “La Marcha”, publicada en Sin Embargo, que en la marcha atestiguamos que “No se le admira a él, sino lo que abre entre los que lo creamos: una forma de ubicarse frente al país y su historia, un lenguaje lleno de esa realidad, y un entusiasmo por tomar parte de la vida pública”, es decir, López Obrador representa un movimiento colectivo que involucra a un importante conglomerado social, cuyo elemento de aglutinación es su postura política.


¿Aclamación o escuchar para gobernar?


Para Jesús presenciamos a “un hombre que atraviesa multitudes, un hombre que es aclamado por miles, que se abre paso entre las masas para celebrar los milagros de su acción”. Es decir, para Jesús AMLO es una suerte de rockstar, lo que difícilmente explica el fenómeno de masas producido.


Por su parte Fabrizio señala: “En el penoso caminar escucha, no habla. Es la diferencia radical que no alcanzan a comprender y a asimilar los que dicen que es una manifestación de su ego, de su narcisismo… A la economía del abandono del neoliberalismo, el obradorismo responde con la política de prestar atención, de oír, con diligencia y amparo…Escuchar es darle valor a las palabras y significados de ese otro que es el pueblo… Es el otro el que debe ser escuchado, después de ser excluido, borrado, desposeído, saqueado, insultado y violentado”.


¿Idolatría o politización de la plebe?


Para Jesús, la explicación del fenómeno reside en el amor y admiración excesivos que la gente profesa a AMLO. Sin ambages señala: “López Obrador es idolatrado por millones de mexicanos que sienten una identificación profunda con su liderazgo, con su estilo, con su mensaje y sería absurdo negar que el presidente sigue siendo un presidente popular”. Desde esta perspectiva en México hay un pueblo idolatra que le rinde culto a AMLO, merced a la efectividad de su predica. Por eso concluye: “creo que lo que hemos visto es al Estado entregado a la causa del culto a la personalidad, un culto que, sin lugar a duda, encuentra devotos”.


En cambio, para Fabrizio el fenómeno del obradorismo es la asunción de amplios conglomerados sociales tradicionalmente menospreciados a la calidad de sujetos políticos: “Cuando hablamos del obradorismo hablamos de todos aquellos mexicanos que entendieron en algún momento de 2006 que el neoliberalismo no los iba a beneficiar nunca...A millones de personas se les indujo a la precariedad y se les asignó el papel de ser desechables…La gran decisión del obradorismo fue darse cuenta de que, si bien en la economía, no se les permitía ser, era en la política donde podían reivindicar un lugar propio, no asignado, que, a su vez, era una forma de arraigo, de pertenencia al país. A eso nos referimos cuando llamamos “plebeya” a la nueva democracia participativa. No es que alguien los incluyera, sino que forzaron su entrada, con votos, pero también con marchas a la vida pública que estaba privatizada, como todo lo demás. Esta transgresión para entrar al lugar a donde no los dejaban pasar fue hacia un territorio que la élite no conocía: hacer política, poner en la mesa los conflictos que vivimos como sociedad. Esos millones de desechables hoy politizados son el obradorismo”.


¿Pesimismo u optimismo?


Jesús intuye que algo importante y profundo está pasando, por eso señala: “hay que darnos cuenta de que la devoción es auténtica, no pueden cerrarse los ojos ante esta fidelidad evidente y, sobre todo, que ha despertado una emoción política que no conocíamos en la historia reciente del país. Es esto es una intensidad política extraordinaria que va a trascender el sexenio de Andrés Manuel López Obrador”. Al ceñir su interpretación a la aparición de un culto nuevo, Jesús parece concluir que, una vez más, el pueblo está engañado con espejitos y sigue siendo manipulable. En ese sentido el único remedio a esta idolatría sería acabar con el engaño del falso ídolo.


Fabrizio, en cambio, interpreta a López Obrador como una deliberada construcción social que él encabeza, pero cuya causa es mucho más profunda y trascendente: “Lo que hizo el dirigente fue recorrer todos los municipios del país hasta tres veces y articular todas las demandas a un tronco común: el de la “lucha contra la corrupción”. Así, el obradorismo está engranado, no en torno a un líder carismático, sino a una demanda que politiza la ética. Esto es fundamental para no confundirnos con lo religioso, como muchos académicos y opinadores lo han hecho quizás de forma malintencionada. La politización de la ética significa sacar al juicio entre hacer el bien o hacer el mal de la esfera puramente privada y hacerlo un asunto público. “Purificar la vida pública” ha sido un lema del obradorismo, pero va más allá de que no haya corrupción entre políticos, empresarios, y medios de comunicación. Es la idea de construir un régimen que tenga legitimidad democrática y, también, legitimidad moral. Eso es López Obrador como dirigente creado por los millones de desechables”. Según esta lectura el obradorismo es un fenómeno arraigado y de largo aliento con amplias posibilidades de incidir en la fisonomía del país de los años por venir.


Las dos interpretaciones son plausibles, razonables y seguramente convincentes para sus respectivos públicos. Sin embargo, el tema es hacia donde apuntan y cuál es el tipo de acción política que dictan. Hijo de la Ilustración, en Silva-Herzog se percibe una suerte de menosprecio por la opinión de la gente, para él nos enfrentamos a un líder carismático que engatusa y alebresta a la gente ignorante y crédula. La estrategia política que se colige es simple: Atacar y minar al al profeta, muerto el perro se acabo la radia. Pareciera que no hay una causa social que lo sostenga, todo es, en todo caso, una invención del falso profeta.


Para Fabrizio, en cambio, el obradorismo no es una persona, es una causa compartida por muchos desechables que se cansaron de serlo. Son los nacos polítizados, los chairos, que dieron portazo a la vida pública del país y luchan por jugar un rol protagónico en la configuración de la vida nacional. En Fabrizio se identifica confianza en la gente y en su capacidad para incidir en la vida política. En todo caso, a los opositores a López Obrador les conviene más leer y tratar de entender el horizonte de interpretación de Fabrizio pues, si continúan considerando a la gente como incapaz de luchar por sus propios intereses, a la manera de Silva-Herzog, lo más probable es que cuando la busque por su voto les cierren las puertas en sus narices. Por lo demás, la polarización que vivimos se revela asida a nuestras respectivas concepciones del mundo.


Video columna La marcha de Fabrizio Mejía. Diciembre 1 de 2022. 357,477 visualizaciones al 6 de diciembre de 2022:


Video columna La marcha de AMLO es muestra de una personalización de la política: Jesús Silva-Herzog Márquez. Noviembre 30 de 2022. 21,458 visualizaciones al 6 de diciembre de 2022:


Por Eduardo Higuera

Una cosa es la popularidad y otra muy distinta el rendimiento.

Philip Kerr




Quizá el título está mal y debí escribir “popularidad histérica”, pues los tan cacareados niveles de aprobación presidencial es casi el único bastión retórico que le queda a Andrés Manuel López Obrador al inicio de su penúltimo año como rey sexenal, monarquía a la vieja usanza del PRI hegemónico y al que tanto extraña e imita.

La lucha anticorrupción, el crecimiento económico del 6%, el combate a la pobreza, el no endeudamiento, la medicina gratuita y para todos con todos los medicamentos y tratamientos incluidos, el embate contra el crimen organizado y hasta el hecho de que no viviría en Los Pinos ni en Palacio Nacional, el uso correcto del presupuesto y la austeridad que detendría el despilfarro de recursos en proyectos inútiles, así como el impulso a la democracia son las más conocidas y recurrentes de sus fallas.


Por eso hablo de histeria, o más correctamente de desesperación bien fundamentada. Incluso aquellos programas que han dado algunos frutos, como jóvenes construyendo el futuro, o políticas correctas, como el aumento de salario mínimo a pesar de las presiones inflacionarias que pueda generar, son gotas de lluvia en un mar de ineptitud y fracasos que ni las frases chuscas o la música sabrosa de Chico Che pueden ocultar.


Así llegamos a la popularidad, palabra que encierra mucha vanidad, ego y necesidad de autoaprobación y que es utilizada como forma de evitar enfrentar los hechos. Y en esta frase, aunque está dedicada al presidente y sus partidarios, podemos incluir sin ningún problema a gran parte de la oposición partidista. Basta mencionar a un Marko Cortés que prefiere desgarrar su militancia con tal de reelegirse o un Alito que bandea según le conviene (mientras sigue sintiendo que es el líder del mayor partido del país), como botones de muestra.


Sin duda la contramarcha del 27 de noviembre es la mejor muestra de esta necesidad de popularidad. Ante el músculo de la sociedad, el inquilino presidencial de palacio nacional busca mostrar quién la tiene más grande, la popularidad, y es capaz de dilapidar cientos de millones de pesos con tal de demostrarse a si mismo que “no está solo”.


Todo por demostrar que esta respaldado por algo más que su séquito y por demostrar, cual porrista de prepa en crisis, que es el MÁS popular.


El origen de esta crisis se puede rastrear fácilmente, inicia en 2021 cuando se reduce el número de votos en favor del partido guinda y sus aliados, se incrementa cuando un magro 18% acudió a las casillas de opinión en un acto que presidencia transformó en un referéndum de aprobación, en lugar de un posible voto de censura en su contra.


La sensación de que el activo de la popularidad se desgastaba rápidamente aumentó en septiembre pasado, al darse a conocer unas encuestas, método que tanto le gusta mencionar a la feligresía como base de legitimidad transformacionista, en las que el INE había obtenido casi 10% de aprobación por encima del líder bienamado del neopriismo guinda.


Ya el vaso se desbordaba cuando se le ocurrió a un grupito mínimo, insignificante, casi invisible, de 500 mil personas en la CDMX y casi tres millones en 50 ciudades del territorio nacional y en el extranjero, la idea de oponerse con una mega marcha a los designios del pueblo encarnado en el hombre indispensable, vulgarmente conocido como ciudadano presidente, para transformar la democracia mexicana en SU democracia, donde siempre pueda triunfar el gobierno.


Por eso se usaron cientos de camiones, se repartieron decenas de miles de tortas, se imprimieron cientos de playeras que uniformaban a la gente con la consigna presidencial y se amenazó a los beneficiarios de programas y locatarios de mercados para que asistieran voluntariamente a fuerzas, se usaron funcionarios de los gobiernos guinda para poner propaganda por todos lados y se aceptó de forma maquiavélica que el acarreo era la metodología: todo para demostrar que la popularidad sigue siendo patrimonio del primer morenista de la patria.


Y aún así, el día 1º de diciembre se dio a conocer un cuadro comparativo de popularidad en el 4º año de gobierno de los últimos cinco sexenios y AMLO resultó el 2º menos popular de todos, solo superado por un Peña Nieto con 24% de aprobación. Perdion ante Zedillo, Calderón y Fox.


Así pues, con todos los antecedentes del caso podemos pensar con toda certeza que la popularidad, esa dama veleidosa y caprichuda, será el eje de campaña de 2023 y, sin duda, de 2024.


Olvidemos indicadores de eficiencia en el gobierno, los accidentes del metro, la opacidad de las cuentas públicas, las masacres incontrolables, el despilfarro en los proyectos mascota, que al presidente ya lo hayan relacionado con los sobornos del Chapo en USA o en las miles de muertes de niños con cáncer por el desabasto médico que ya tiene casi 4 años. Las encuestas serán el parangón que guiará las campañas electorales desde el gobierno y, con su inacción y falta de inteligencia estratégica, de la oposición partidista.


La duda es si esta popularidad “histriónica” del presidente, originada por su manejo de la agenda desde sus maitines, es suficiente para lograr una victoria holgada o, por el contrario, bastará apenas para un triunfo cerrado, que obligue a un reparto del carro completo entre varias fuerzas políticas.


Mi apuesta es que mono viejo de cilindrero no aprende nuevos trucos. Por esta razón se incrementa el triunfalismo de los actos populares (Sheinbaum insistió que la marcha estará en los libros de historia), se incrementara el ataque de los que nos son parte de las acciones popularizantes (“racistas, clasistas, fifís, hipócritas”) y se establecerán nuevas estrategias para incrementar la popularidad de los candidatos guindas, casi seguro violando la ley con intervenciones del supremo poder popular presidencial.


Todo para que la popularidad alcance para el relevo presidencial en puerta.


¿Y la oposición?, como siempre, reaccionando a destiempo y mal.


No a cualquiera le quedan las botas para domar esta yegua brava, sin duda.


@HigueraB


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