Por: Vicente Amador
Recientemente causó controversia una idea del Presidente de la República respecto a la medición del desarrollo nacional más allá del PIB. Eso no es escándalo: hace más de una década existe cierto consenso internacional sobre la necesidad de estimaciones que no solo consideren el aspecto económico para dimensionar el progreso y el bienestar social.
Me parece muy sensato, casi obvio, complementar la medición porque, tanto a nivel personal como regional, la satisfacción con la vida y las oportunidades de mejora no dependen únicamente del dinero, lo cual tampoco quiere decir que los pesos sobren. La felicidad, previno Aristóteles hace milenios, exige que estén subsanadas las necesidades básicas. Es una locura pensar en un pueblo feliz, hambriento y enfermo.
Resulta tan clara la exigencia de elementos adicionales para evaluar el progreso, que desde el 2012 se publica el Informe Mundial de la Felicidad de Naciones Unidas. Este índice toma en cuenta el PIB, y también factores que economistas, psicólogos, estadísticos han comprobado son determinantes para el desarrollo.
Hablo de los apoyos sociales, entre los que son medulares los servicios de salud y educación. Este análisis también contempla la libertad individual, el nivel de corrupción, el adecuado funcionamiento del sistema democrático y el de las instituciones, principalmente las encargadas de impartir justicia.
En este contexto, no extraña que Finlandia, Dinamarca, Suiza, Islandia y Noruega se encuentren a la cabeza del ranking de la felicidad. Entre 153 países evaluados, México está en el lugar 24. La peor posición es la de Afganistán, y le siguen Sudán del Sur, Zimbabue, Ruanda y la República Centroafricana.
Que no se pongan nerviosos los filósofos porque hablamos de cálculos de la felicidad. Serenense. Así llama la literatura a estas aproximaciones estadísticas sobre la satisfacción con la vida y el entorno. También se les llama mediciones de bienestar subjetivo. Son estudios que tomaron mayor relevancia después de que el gobierno de Francia pidiera profundizar sobre el tema a una comisión encabezada por Joseph Stiglitz; Premio Nobel de Economía 2001, Amartya Sen; Premio Nobel de Economía 1998, y Jean Paul Fitoussi; entonces Presidente del Observatorio Francés de Coyuntura Económica (Cfr. INEGI, 2020). Nada de ocurrencias. Aquel grupo presentó un análisis muy robusto, hace más de una década.
El INEGI retoma esta ideas ㅡasí como las recomendaciones en la materia de la misma ONU y la OCDEㅡ y realiza desde 2014 sus Indicadores de Bienestar Autorreportado. Estos resultados nos muestran que el promedio de satisfacción con la vida reportó, en enero pasado, una calificación de 8.3, ubicándose una décima por debajo del nivel de enero de 2019. Esta es una calificación que va del 0 al 10 donde 0 significa total insatisfacción y 10, totalmente satisfecho.
El INEGI también señala que tuvimos un ligero descenso en la satisfacción con el “nivel de vida”, “tiempo libre”, el “vecindario”, “la seguridad ciudadana” y la “salud”. Considere que al tomarse esta fotografía no había iniciado la pandemia en nuestro país. Los pronósticos, al menos para estos indicadores, no son buenos.
Las recomendaciones de la Comisión Stiglitz no hicieron a un lado el PIB, lo cual sería insensato. Ya sabemos que puede haber crecimiento sin desarrollo, pero no habrá desarrollo sin crecimiento. Vale la pena escuchar estas exhortaciones que también incluyen interesantes indicadores sobre sostenibilidad y calidad de vida. Algo tendrán que decir aquellos señores; por algo les habrán dado el Nobel.
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