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Bendición del averno: redes sociales, intolerancia y autocrítica

Actualizado: 6 mar 2020

Por: Eduardo Higuera Bonfil


En los últimos meses me he debatido entre el pensamiento de nuestro presidente, que llama “benditas” a las redes sociales, y la crítica de Umberto Eco que afirmaba que las redes potenciaban las voces de los idiotas y las equiparaban con las de un premio Nobel, fenómeno al que llamó “la invasión de los necios”.

Y es que, ¿quién no ha sufrido una respuesta “amable” y “cordial” de un tuit, post o publicación que tiene la mejor de las intenciones? ¿Por qué nos hemos vuelto mas sensibles que un jarrito de Tlaquepaque cuando se trata de las redes? Peor aún, ¿dónde quedó la capacidad de aceptar un error con humildad y decencia ante los señalamientos de otros?


¿Acaso se nos caerá el….brazo o una….mano si aceptamos que el otro tiene la razón?


Pero vayamos por pasos, antes de que les hable de las agresiones en redes sociales hay que hacer un acto de contrición y ser sinceros: TODOS, sin excepción alguna, la hemos cajeteado feo en alguna ocasión, a veces en más de una, en las redes. Nos hemos ido de boca sin saber todos los datos, hemos caído en un fake news (uno de los más comunes es la foto de Mia Khalifa con lentes) o hemos reaccionado sin leer apropiadamente lo que nuestro pseudo interlocutor escribe.


Dicho esto, la violencia y agresividad de las redes no proviene de nuestras metidas de pata involuntarias, sino de tres elementos específicos: el anonimato; la negación y manipulación de datos y fuentes, así como de la "falta de blanquillos" (es decir, valor civil) para aceptar que no siempre le atinamos a todo, o dicho en plata: la soberbia personal y de grupo.


Como muchas otras buenas ideas de la humanidad, las redes sociales son tan amplias y tan flexibles en su manejo que caben todo tipo de actitudes y personalidades, lo cual lleva a reflejar los tiempos de polarización política y, en el siglo XXI, a incrementar ese ambiente de forma exponencial.


Las redes sociales digitales se crearon pensando en un nuevo medio que permitiera llevar conocimiento y comunicación a todo el mundo con costos muy pequeños en comparación al pasado. Esta información sería personalizada e instantánea para todos los humanos que tuvieran acceso a internet. Sin embargo ya tenían dentro de si el germen de su propia perversión.


Recuerdo que esto ya se señalaba hace una o dos décadas, desde mis lecturas de Sustein (2001) o Christakis (2010), quienes señalaban el poder de las redes para hacernos daño a través de nuestro propio canto de sirenas que nos confirmaba lo correctos, inteligentes y guapos que somos.


Sin duda, un auto tiene el potencial de matar una persona si la tropella pero no fue concebido para ese uso, es el conductor el que lo lleva a transformarse en un arma. Lo mismo ocurre con el internauta que decide usar su cuenta de Instagram, Facebook, YouTube o Twitter para agredir y golpear a los demás sin fijar ningún límite moral, de información veraz, social o de etiqueta. En ambos casos se pervierte lo que se hace con la maravilla tecnológica que tiene la persona entre sus manos.


Ahora bien, no estoy a favor de la regulación legal de las redes pero sí de un mayor y más fuerte activismo personal en favor de la convivencia y la reducción de la violenta polarización que se vive en ellas, claro reflejo de la condición de nuestra vida y país.


Si en la vida real no somos capaces de dejar de mentarle la madre al conductor que nos hace sonar el claxon porque nos pasamos el alto y no podemos aceptar los datos duros sobre la situación del país sin acusarnos de ser pejezombies o derefachos, ¿qué podemos esperar en las redes sociales donde ni siquiera estamos a tiro de un buen derechazo?


Esto me lleva a mis recomendaciones personalísimas para superar, o al menos mitigar, los efectos nocivos de nuestras propias actitudes.


Es que lo hice sin querer queriendo


Si nos preguntan, todes somes hermanites de la caridad que no hacemos nada más que diseminar la información que pasa por nuestros muros, timelines o como quieran llamar a la cascada incontinente de tuits, posts e imágenes que no nos dejan ni respirar cuando entramos a nuestras redes personales. Sin embargo, hay que tener tantita…cordura y checar un segundo lo que se envía al ciber espacio.


Si bien es cierto que el nivel de sofisticación al que está llegando la desinformación es altísimo, también es cierto que si leemos un poco o desempolvamos el sentido común podemos ahorrar la contaminación que surge muchas veces de las cuentas de troles y bots de todos los bandos.


No es lo mismo retuitear un post del Banco de México que habla de la recesión económica que hacerlo con un tuit que asegura que Callo de Hacha es un reptiliano (pobres extraterrestres) o con otro que establece por medio de una encuesta entre sus seguidores que Gibrán es gran genio de la argumentación política a nivel mundial (solo así lo lograría). #NoMasFakeNews


¿Eres tú, Carlos?


La verdad es que muchos de nosotros, los internautas, hemos pasado de la libertad al libertinaje. Conozco personas que poseen hasta 5 o 6 cuentas en una misma red social, sin ser políticos o granjeros de bots.


No tiene nada de malo tener más de una cuenta y separar así la vida estrictamente personal y familiar del ámbito laboral pero de ahí a usar el anonimato que puede ofrecer una cuenta en una red social como permiso para insultar, lanzar mierda a todos lados y agredir para intentar compensar nuestros complejos de inferioridad (tan mexicanos, ellos), es otra cosa.


La recomendación es obvia, una cuenta nada más y valor civil bien colocado dentro de la ropa interior.


¿Quién los tiene más duros?


Unas de las cosas más desconsoladoras en la vida, después de la muerte de la mamá de Bambi, es ver que la misma fuente de información sirve el día de hoy para apuntalar nuestra opinión y mañana es señalada como un nido de mentiras y manipulaciones.

El mejor ejemplo de esto es nuestro gansito Marinela presidencial. Dejó cientos de páginas en sus libros y miles de tuits apoyados en los indicadores de organismos internacionales que hablaban de la violencia desatada por el Tomandante Borolas y su guerrita idiota, de la corrupción y falta de crecimiento de Peña Nieto Bebé y que ahora, gracias a la mágica cuarta transformación, son datos se han decretado sin importancia porque le afectan a su desempeño como gobierno.


Andrés criticó a sus predecesores con datos, Andrés no acepta que lo critiques así porque serías fifí, no seas como Andrés y usa/acepta los datos duros y sus fuentes.

(Y no importa si eres doctor en alguna ciencia social, directivo panista de una empresa reconvertido en seguidor de la luz de la 4T o maestra titulada en Berkeley, este comportamiento se perpetúa y acrecienta, dañando el ecosistema digital).


Aceptar el error no es humillación


A veces, solo a veces, uno encuentra un ejemplo del deber ser en la vida real.


Cuando se difundió el supuesto video de la Jefa de Gobierno entrando a la escuela de Fátima, era evidente que era fake pues si poníamos cuidado veríamos que era una secundaria técnica por los uniformes de los alumnos.


Pero como la víscera es lo de hoy, sin importar el bando, muchísimos opositores lo trataron de viralizar como prueba de su insensibilidad ante el tema y quedaron moralmente derrotados por su visceralidad.


Sin embargo, Gabriel Guerra fue uno de los pocos que rectificó. No bajó su tuit o le echo la culpa al becario o los gobiernos anteriores. En un acto de valor cívico, aceptó su error en tuiter y pidió una disculpa, como los grandes de las redes deben hacer. El analista y consultor demostró de qué está hecho.


¿Cuántos opositores o funcionarios actuales han visto que hagan algo así?


Si seguimos estos sencillos consejos se reducirán las mentadas, insultos o grandes argumentos dogmáticos en nuestras discusiones en redes sociales y, quizá, el enrarecimiento de nuestra vida social será menos pronunciado.


Nos vemos en el próximo Aguachile, el #13 del terror.



@HigueraB

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