top of page

Contaminar o no, una decisión política

Por Carolina Estrada


El 9 de agosto del 2021, el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático), publicó la primera parte (de tres) de su sexto y último Reporte sobre el Clima. No dice nada “nuevo” porque, de hecho, está basado en la revisión de más de catorce mil publicaciones científicas. Así pues, hace público un temor que nos embarga y que nos persigue desde varios años ya. Al ser un organismo intergubernamental, creado en 1988 para facilitar “evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta”, su labor es hacer visible, principalmente para los gobiernos y los tomadores de decisiones mundiales, la importancia de hacer frente al problema brindando toda la información centralizada y al alcance.

Lo que el informe dice este año, entre mucho más, es que las actividades humanas, y no la evolución geológica o cualquier otro factor, han causado que la Tierra se caliente mucho más de lo que lo había hecho en los últimos 2000 años. Derivado de ello muestra que en todo el planeta se están sucediendo cambios altamente visibles en la configuración climática: sequías, deshielos, inundaciones y otros fenómenos que son producto de la elevada tasa de CO2 de la atmósfera, que lejos de disminuir como se esperaba que hiciera tras los últimos llamados a la acción, ha ido incrementándose. Por tanto, se esperan cambios drásticos que impactarán a la sociedad en el futuro y además, sus autores nos animan a todos a tomar las decisiones adecuadas para poder hacerles frente.


Hasta ahí es algo que sabíamos y que sin duda es vital hacer visible. Sin embargo, lejos de hacer hincapié en los principales actores que han propiciado esta situación, el reporte se limita a señalar que es “la humanidad” quien ha impactado el clima y no precisamente los gobiernos, las empresas y toda la industria e iniciativa privada que, buscando explotar recursos que a final de cuentas pertenecen al bien común de todos los seres vivos del planeta, han provocado que en muy poco tiempo y gracias a un modelo económico esencialmente extractivista, todos los habitantes de la Tierra veamos hoy nuestro futuro comprometido.


Y es que sí: el Capitalismo, como ya lo había comentado en la pasada edición de esta columna, es un factor decisivo que nos ha arrastrado hasta esta amenaza climática y es esencial reconocer que “la humanidad” en su conjunto no es precisamente la causante del problema. Pero, entonces, ¿los ciudadanos no podemos hacer nada? ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados pidiendo comida a domicilio mientras allá afuera las pandemias, la sequía o las inundaciones arrastran todo lo que conocíamos y cambian para siempre nuestra forma de vida porque al fin y al cabo es el gobierno o la IP quienes deberían hacer los cambios?


Cuando un organismo como el IPCC dice que “la humanidad” ha generado esos cambios, lo que en realidad logra es un escondite para los responsables directos. Lanza las agujas al pajar de la inmensidad humana y provoca la inacción colectiva. Porque sí, es cierto, definitivamente no es lo mismo el impacto y la responsabilidad de una petrolera como Shell en este drama, que la de un ama de casa que compra toda su despensa en Clubes de Conveniencia que sobreempacan todos los productos con plástico y materiales no biodegradables, cuando podría hacerlo a granel. Pero así son las cosas, de acuerdo con el IPCC, todos, hasta los niños pequeños que aún no tienen decisiones de consumo, somos culpables del desorden.


No es lo mismo la responsabilidad que tienen las empresas de ganadería y empacadoras de carne que deforestan la Amazonia y los bosques de Argentina para la cría de ganado a la que tienen tus vecinos que cada semana hacen carne asada. Pero al final todo está conectado. Esas empresas que producen todas esas cosas que utilizan y socavan los recursos naturales con la venia de gobiernos que actúan como cómplices del ecocidio, no tendrían sentido si no tuvieran consumidores, si no “crearan empleos” por muy mal pagados y esclavizantes que sean. Porque eso ha justificado todo hasta ahora: la economía.


¿Y si queremos actuar? ¿Y qué hay de la acción individual y colectiva? La realidad es que, salvo que todos nos aboquemos a hacerle la vida de cuadritos al gobierno para que deje de promover el consumo de combustibles fósiles o que dejemos de comprar fast fashion, o desechables, o popotes, o un largo étcetera al mismo tiempo, difícilmente vamos a poder generar ese cambio inmediato que el planeta necesita. Y es que, siendo objetivos, no tenemos tiempo. Básicamente, si queremos que nuestro planeta no se vuelva más y más hostil hasta ser inhabitable, deberíamos dejar de estar haciendo ya todo lo que sabemos que está causando todos nuestros problemas, antes de llegar a esos puntos críticos donde ni siquiera hará falta nuestra ayuda para que las catástrofes ocurran como una reacción en cadena.


Al final, todos estamos en el mismo barco, ya lo sabemos. Pero entonces, ¿qué sentido tiene que un ciudadano común se dedique a juntar y separar sus desechos para reciclarlos o a captar agua de lluvia, o hacer composta, o que instale un baño seco, cuando el problema de fondo y de urgencia podría resolverse si tan solo unas cuantas compañías pararan su producción o cambiaran sus modelos extractivos para hacerlos mucho más amigables con el medio a su alrededor?


Tiene todo el sentido porque hoy más que nunca, ser resistente ante la amenaza climática, ser responsable, ser regenerativo es una postura política que viene antes de cualquier acción colectiva y que quizá sea la única que pueda salvarnos verdaderamente. Hoy, cuando la participación política por los medios tradicionalmente conocidos, ha dejado de ser una opción para muchos ciudadanos, mayoritariamente, es necesario que “dejemos de ser parte del sistema”; hoy, cuando es más que evidente la incapacidad de los modelos de gobierno con que contamos para hacer frente a las necesidades reales y atender una crisis que podría ser la más grave a la que la humanidad se ha enfrentando -quizá a la par de la amenaza nuclear de La Guerra Fría-, es imperativo para cada uno de nosotros salir de la enajenación y dejar de pensar que al no comprar, al no consumir, vamos a provocar la pobreza. ¡Qué mayor pobreza que la de no tener qué comer porque no hay agua o tierra fértil para producir?


Para muestra de la inacción colectiva en la que estamos sumidos y de la manipulación de la que somos objeto, un botón: ante la amenaza económica que representó la pandemia para los negocios de comida locales, nos centramos en comprar comida a domicilio; en parte para hacer a un lado el aburrimiento y también como una forma de apoyar a nuestros restaurantes y negocios favoritos. Eso trajo consigo que las muy recientes leyes ganadas hasta antes de la pandemia para combatir el calentamiento global y ayudar a frenar el cambio climático, como la de la prohibición de plásticos de un solo uso, se relajaran tanto que incluso dejaron de importar a la hora de envasar y poner la comida para llevar. En Estados Unidos, por ejemplo, de acuerdo con información de la ONU, la pandemia se ha visto como una oportunidad para impulsar la comercialización de plásticos de un solo uso.


Esto demuestra que la ciudadanía es vista por las empresas como una masa moldeable a la que se le puede vender lo que sea para sacar jugosas ganancias económicas. Y es verdad. No es que no necesitemos cubrebocas, no es que no necesitemos gel antibacterial. Pero no, no los necesitamos de la manera en que los estamos consumiendo. El material hospitalario debería estar reservado para el uso de los hospitales. La ciudadanía debería emplear cubrebocas que duren por más tiempo los de uso médico. Y no, no necesitamos envases plásticos de un solo uso para delivery, de hecho, de ningún tipo de material de un solo uso. Los restaurantes deberían implementar una idea mejor que la de entregar cajas y cajas de comida en envases de cartón, o peor, unicel o plástico: programas de devolución de envases o recolección en sus propios contenedores, por ejemplo son una buena alternativa. Pero al parecer estamos lejos de eso.


Mucho más que ser un llamado a la conciencia, se trata de ver, de comprender que mientras unos sigan disfrutando del poder de hacer lo que les venga en gana y otros sigamos prestándonos para echar a andar la máquina, difícilmente lograremos ese cambio que urge.


Así que ahora ya lo sabemos: producir basura o no hacerlo es un acto político. Producir CO2 o no hacerlo es un acto político. Ser autosustentable y preocuparse por el planeta es hoy el acto más revolucionario y libertario que podemos hacer.

bottom of page