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Contra mi costumbre

Po Eduardo Higuera Bonfil


La prensa no solo es el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo, sino el instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización.

Francisco Zarco


Normalmente, mi espacio dentro de esta publicación lo dedico a intentar hacer sátira, humor político y relajarme de mi mismo y los artículos sumamente serios sobre temas de coyuntura político electoral, anticorrupción y otros temas, igualmente importantes y áridos, a los que la realidad me obliga.

Sin embargo, tras recibir la invitación para colaborar en un número más de este espacio traté, sin buenos resultados, de lograr que algo divertido y ligero surgiera del teclado sobre la libertad de expresión y la forma en que el actual gobierno se relaciona con ella, con los medios de comunicación y la sociedad en general.


Pido una disculpa por ello y por que esta ocasión escribiré desde el cerebro y la preocupación, no desde el estómago y el humor.


Así pues, quiero explorar de forma somera algunos puntos que me parece esenciales para entender mi preocupación.


Antes y después


En gran medida, tanto la defensa como los señalamientos contra el presidente y su “movimiento de transformación” se centra en el pasado. Y si bien ambos bandos tienen razón parcial –el pasado contiene el origen de la crisis de libertad de expresión que vivimos y en el presente su agravamiento severo- la verdad es que en la actualidad no se está enjuiciando a ningún alto mando de gobiernos pasados, no se está mostrando pruebas reales de colusión entre medios y el “viejo régimen” y si se esta haciendo oídos sordos ante las responsabilidades de gobernar el país actualmente.


No basta con decir que en el pasado se encuentra el origen del mal, hay que combatirlo de forma clara, en lugar de repetir algunas de sus peores facetas y sumarle nuevas actitudes ya acciones que, con descaro, empeoran la situación de los comunicadores y de la sociedad, al reducir el derecho a informarse de forma activa.


Discurso sin cristalizar


No mentir, no engañar y no robar es una de las máximas con las que el gobierno abanderó su inicio en 2018. Sin embargo, el slogan de campaña tan atractivo después de la era peñista de corrupción se ha mostrado frágil en su mejor momento de gobierno y francamente falaz todo el resto del sexenio.


Sobran los análisis en los que se han mostrado los miles de mentiras proferidas por el presidente, pero una de las más peligrosas y repetidas, se puede resumir así: “la prensa está dividida, al igual que el país, en los buenos que me siguen y apoyan y los engendros demoníacos y corruptos que no tiene ninguna intención positiva, por lo que no se puede creer ninguna información que proporcionen. No importa, incluso, si me citan o a fuentes de mi gobierno”.


Decir que esto no afecta la libertad de expresión o no fomenta la violencia contra los comunicadores es tan cierto como decir que hablar con palabras soeces no produce un ambiente con un lenguaje pobre y violento. Desde la cámara de resonancia del poder se esta invitando a agredir, a no creer ni los números del gobierno ya insultar y agredir a los periodistas y a los ciudadanos que se expresen de forma crítica.


Con esto, se niega desde la presidencia el derecho a decidir de la ciudadanía en la información y contrastarla en diferentes fuentes, al tiempo que se vuelve a los comunicadores un objetivo para la violencia, desde la discursiva hasta la física.


No es de hoy, sin embargo…


Decir que la violencia contra los comunicadores o la censura a los ciudadanos no existía antes de este gobierno es tan veraz y acertado como decir que la democracia solo existe desde que López Obrador ganó la presidencia en 2018. Ambas frases conllevan una profunda, quizá interesada, ignorancia de la historia de México.


Sin embargo, la violencia en casi cualquiera de sus indicadores ha aumentado de forma vertiginosa en los tres años ya recorridos en este gobierno. La violencia de desabasto de medicamentos, la violencia discursiva hacia un sector de la población que se le compara con hijos de gángsters o se les dice traidores a la patria por su esfuerzo personal, ni hablemos del exceso de mortandad que se niega como parte de una política pública de salud ante la pandemia que lucha por ocultar las cifras.


Pero al referirnos de forma específica a los periodistas, comunicadores y trabajadores de los medios, las cifras y hechos se han vuelto alucinantes. Reporteros agredidos en marchas y al aire, desapariciones y advertencias de autoridades y crimen organizado, ataques, asaltos a las redacciones pero, sobre todo, trabajadores de la información levantados, torturados y asesinados con plena impunidad son la norma de la transformación.


De acuerdo con la ONG internacional Artículo 19, curiosamente también denostada en las mañaneras, hay una agresión a periodistas o comunicadores cada 12 horas en México y, como sabemos, el país es uno de los más riesgosos para ejercer el periodismo del mundo.


Como los tamales


Los medios y los periodistas son, somos, como los tamales. Los hay de chile, dulce y manteca. Por la falta de profesionalización durante décadas de un amplio sector del gremio periodístico se cree que no hay no hay verdades absolutas en el deber ser de nuestra profesión, ni ética profesional clara. El poder ha ejercido su efecto corruptor en generaciones de trabajadores de medios y sus dueños y ha logrado hacer ver a este grupo, esencial para la democracia y la cohesión social, como un grupo “mercenario, vendido, sicario, conservador”.


Los que elegimos ser comunicadores o periodistas del tipo que sea no somos inocentes palomas, pero tampoco se puede hablar de una falta de entrega de gran parte de los periodistas, o de falta de profesionalismo por parte de sus medios.


Se ha caído en el absurdo doble discurso que pide que se transparenten ingresos mientras se ocultan cuentas públicas de obras pagadas con el erario; se pide neutralidad al informar mientras se toma partido con mentiras; se espera que sigan sentados los comunicadores mientras nos ajustician, literal y figurativamente, desde Palacio Nacional y a lo largo y ancho de este país.


La información es poder y por eso se quiere someter la libertad de presa y de expresión, esto va más allá del hashtag dedicado a un periodista rockstar multi cuestionado y eso es lo que debe entenderse.


No somos todos Loret, por fortuna.


Defender el derechos de investigar e informar, de recibir protección ante la violencia presidencial y criminal que actúa por su incomodidad con la labor periodística, de informar a la ciudadanía de los entuertos de este y todos los gobiernos es una de las bases de la democracia.


Sin esto se socavan varios de los derechos más básicos de la ciudadanía de a pie, muchos de los cuales no se dan cuenta que al corear “prensa vendida, prensa sicaria” solamente están restando barreras que los protegen de los abusos de los poderosos.


Borregos al matadero.


@HigueraB


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