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Dios los cría y AMLO los juntó

Por Eduardo Higuera


Todas las madres quieren que sus hijos crezcan para ser presidentes, pero no quieren que se conviertan en políticos en el proceso.

John Fitzgerald Kennedy


Hay que empezar por el principio, aunque parezca una perogrullada. Cuando hablamos de la institución presidencial mexicana estamos hablando del único puesto en la mente de la gente desde la que todo se puede hacer y se tiene el poder para lograr todo.

Y de hecho así fue pensada desde la Constitución, y durante todo el siglo XX post revolucionario. El preciso era la encarnación de la voluntad divina del pueblo y por tanto nada se le oponía, al menos durante el sexenio que le tocaba a cada super presidente.


El problema es que esta misma característica ha sido la condena del presidencialismo mexicano. La posibilidad de un poder de estas dimensiones exacerbaba lo peor de cada presidente y de su grupo político. La corrupción, como en el caso de Miguel Alemán, Salinas de Gortari y Peña Nieto; el autoritarismo militarista en el caso de Díaz Ordaz y Felipe Calderón; la violencia política permitida para imponer su opción política como en el caso de Echeverría y López Portillo y la ineptitud rampante que Jolopo y Fox mostraron en su turno de la silla presidencial.


Pese a esto, podemos hablar de que, durante un siglo, México fue un país presidencialista y tenía claro que la última instancia y el responsable final de la vida pública del país. Es cierto que a la presidencia se le veía como aquel lugar desde donde gran cantidad de los males y defectos de la clase política reverberaban y generaban eco a lo largo y ancho del territorio nacional pero al menos sabíamos que no se podían juntar todos los defectos presidenciales en un solo sexenio.


O eso creíamos hasta el 2018, cuando el presidente más votado de nuestra historia mostró su decisión por mostrar que siempre se puede alcanzar nuevas alturas desde Los Pinos o Palacio Nacional, que viene a ser lo mismo.


En menos de tres años de gobierno el actual preciso ha hecho realidad el dicho “dios los cría y ellos se juntan”, al lograr que la investidura presidencial sea utilizada de forma histórica, al lograr más “éxitos” que muchos de sus predecesores anteriores, con el costo que esto tiene para la presidencia a su cargo.


Es difícil encontrar un rubro del desempeño presidencial en el cual el primer mandatario morenista no se destaque o, de plano, sea campeón absoluto.


Incluso las ideas y prácticas innovadoras, como la rendición de cuentas por medio de una conferencia de prensa cada mañana de la semana con el presidente hablando de los temas trascendentales de su gobierno y explicando la forma en que se solucionan, se han desvirtuado y transformado en malas prácticas, trabajo vacío de significado o de plano en situaciones que tiene que ser rescatadas por medio del recurso de los “otros datos” que nunca son aclarados.


Esta situación se ha profundizado de tal manera que recuerda aquellos versos de la canción de Joaquín Sabina titulada “Es mentira” y que rezan: Es mentira que no tenga enemigos, es mentira que no tengan razón…es mentira que soy mejor torero con toros de verdad. Así de triste es el panorama de la investidura presidencial y el desgaste al que se ha visto sometida por causa de Andrés Manuel López Obrador.


La actual presidencia de la república prometió que sería un gobierno histórico el que ejercería y en eso si que no mintió, solo olvidó que la historia no solo recuerda los éxitos sino también los fracasos aparatosos y solo perdona la mediocridad olvidándola.


Para entender esto debemos recurrir a la afamada especialista en comunicación política, la reconocida Chimoltrufia, que explica el discurso que daña la investidura más importante de nuestro país con una sola frase: ya sabes que yo como digo una cosa digo otra, pues si es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?


Solo de esta forma se puede entender que presidencia se esfuerce de forma tan acuciosa en tener un discurso público, el cual se cae seguido pero intenta ser consistente, que es contradicho de forma casi permanente.


Ejemplos recientes de esto los tenemos a manos llenas.


En seguridad habla del triunfo de una estrategia en la que el gobierno ha desaparecido del mapa, pero no se considera que en 30 meses se tienen mas de 72 mil asesinatos dolosos, contra los 42 mil del sexenio peñista y de los 30,600 del mismo período del ahora llamado comandante Borolas.


También se ha planteado que nuestro presidente actual será recordado como el presidente de la salud y que la gestión para la adquisición de medicamento fue más exitosa que la emprendida, a petición del mismo gobierno, por la ONU al conseguir en semanas lo que aquella organización no logró en 10 meses.


Sin embargo, se olvida que para eso debieron pasar más de año y medio de desabasto severo en hospitales y clínicas públicas, además del caos administrativo que generó la creación del INSABI sin una planificación correcta. Los quemones presidenciales no son pequeños, tampoco exclusivos del trabajo presidencial solo en territorio nacional.


Y es que en el mes de julio se dio a conocer el segundo informe voluntario de avances en la agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, agenda a la que nuestro país se unió desde tiempos neoliberales y que, de acuerdo con el discurso de este sexenio, es de gran importancia para los mexicanos.


Por eso mismo no se entiende que en la versión impresa de dicho informa se presenten como avances y aportaciones del gobierno el proyecto del Tren maya, de la refinería de Dos Bocas, la rehabilitación de las demás refinarías y los retrógrados y contaminantes planes nacionales de Energía Eléctrica, de Gas y Petróleo cuando se contradicen, por lo menos, seis de los 17 ODS a los que se ha comprometido el Estado mexicano….un poco como la contradicción de la importancia del TMEC y la lucha contra las energías limpias y renovables, ¿no?


Y que decir de la presidencia humanista que no recibe a víctimas de la violencia para proteger la investidura; la presidencia que presenta tuits falsos de magistrados electorales y luego no lo reconoce; que avala decir en sus conferencias que un medio miente al exponer la carta de corresponsabilidad que la SEP colocó como parte de su decálogo para el regreso a clases; que habla de moral cuando va tantas veces a Nayarit y recibe a una diputada antes que al gobernador en su hotel y de forma privada o que afirma que no hay gasolinazos cuando sube el precio pero se cuelga el milagrito correspondiente al mercado cuando baja.


Vaya estamos hablando de un presidente que es austero pero vive en un palacio, de uno que de tantas comidas garnacheras tiene un abultado vientre digno de la austeridad juarista y que es capaz de acusar de traición a sus propios elegidos para puesto en el banco de México por querer respetar la ley que él desea quebrantar.


El daño que la figura presidencial sufrió con personajes de la calaña de Fox, Calderón y Peña fueron solo preludio, Andrés parece decidido a juntarlos todos en un solo ejercicio de funciones, el suyo.


Que Huitzilopochtli nos ampare.



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