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El verdadero reto: construir una narrativa que atraiga a la sociedad estadounidense

Por: Georgina Aldana


Los demócratas lograron sacar a Trump de la Casa Blanca. Ahora, el verdadero reto comienza. Con la emoción generalizada que levanta el saber que ya no veremos a Trump desde el principal pódium del mundo, pareciera que muchos han olvidado que 71 millones de estadounidenses, 8 millones más que los que votaron por él en 2016, conociendo plenamente sus alcances, conscientes de sus políticas abiertamente racistas, de sus negocios sacando provecho de su cargo público, de su desprecio a la ciencia aún en situaciones tan apremiantes como la actual pandemia, 71 millones avalan esta forma de hacer política y dirigir al país más poderoso del mundo. Efectivamente, esos 71 millones de votos no fueron suficientes para mantener a Trump en el poder, pero serán indispensables si se quiere generar el cambio necesario.

Independientemente de preferencias políticas, a nadie puede escapar el hecho de que Trump fue un genio en la creación de una narrativa que logró aglutinar a una porción de la sociedad estadounidense lo suficientemente grande como para ganar la presidencia. Biden no puede decir lo mismo, sí, es el presidente electo, pero en gran medida se lo debe a la capacidad de Trump de reunir a los sectores más diversos, ya sea a su favor o en su contra. Los demócratas necesitan construir un proyecto de nación que logre tender puentes con esos 71 millones de estadounidenses que no votaron por ellos y mantener el favor de aquellos que sí votaron por la opción demócrata en esta ocasión, no tanto por convencimiento, sino por aversión a la otra opción.

Biden ha dicho que su gabinete quiere mostrar la diversidad de la sociedad estadounidense, pero todos conocemos lo atractivo que puede ser el gatopardismo, cambiar todo para que nada cambie. Efectivamente, su gabinete se ve diverso, pero si esos que se ven distintos comienzan a tomar las mismas decisiones seguras, que pueden ser tentadoras en momentos de crisis como los actuales, donde se busca no mover mucho las aguas, muy pronto la sociedad estadounidense volverá caer en ese hartazgo que la llevó a elegir una opción poco convencional, afuera del establishment político del que estaba fastidiada.

Hace cuatro años Hillary perdió porque representaba la opción “segura”, sí, tenía más experiencia, sí, sabía como funcionaban las cosas en Washington y fue precisamente eso lo que la presentó como alejada de la gente, mientras que Trump hablaba de hacer a América grande una vez más. Jamás logramos identificar a qué periodo de la historia se refería, pero eso no impidió que le gente lo viera como la opción para regresar a un pasado de ensueño. De hecho, eso lo volvió aún más atractivo, al no referirse a hechos concretos cada quien podía construir su pasado ideal al cual se prometía volver y ahí reside uno de los atractivos, no sólo de Trump si no de muchos líderes que han surgido en el mundo. De ahí el éxito de la posverdad, de las ficciones que han embelesado a tantos en el mundo, no sólo en Estados Unidos.


Para muchos resulta seductor creer en teorías conspiracionistas que explican que un puñado de multimillonarios esparcieron el virus que ahora aqueja al planeta para poder controlar a la humanidad con nuevos mecanismos de vigilancia. Es comprensible que esto suceda ya que la realidad es compleja, entender cómo funciona y se esparce un virus es complicado, mientras que el adherirnos a estas ficciones nos hace percibirnos como inteligentes, logramos descubrir lo que había detrás de la pandemia… y es sencillo de entender. Ahí radica el éxito de las historias de Trump y de este tipo de líderes que han surgido en el mundo, le presentan al público una historia fácil de asimilar que reconoce su justificado malestar y les promete la solución a sus males.

En política no hay vacíos, si los demócratas fallan en la construcción de una narrativa que reemplace el regreso a ese pasado glorioso de supremacía estadounidense que Trump prometió, eso dejará el camino abierto para el regreso, ya sea de Trump o de cualquier otro líder que sepa capitalizar el justificado hartazgo de la sociedad ante un proyecto democrático que ha fallado en traer las oportunidades que tanto prometió para todos.

Si los demócratas creen que pueden regresar a hacer “business as usual”, si creen que con volver a sentarse a la mesa de la OMS, del Acuerdo de París, si creen que eso será suficiente, todos tendremos que pagar el costo de ese error. La sociedad estadounidense ha sido muy clara en la expresión de su hartazgo con la forma actual de hacer política. Los demócratas enfrentan un reto mayúsculo, cómo generar un proyecto que incluya a todos y no sólo a las clases privilegiadas

El problema no es Donald Trump o la nueva figura que resulte atractiva a un amplio sector de la población y que con su actuar socave las instituciones democráticas. El verdadero problema es que un sector creciente de la población se siente profundamente traicionada e ignorada por la democracia imperante y está dispuesto a apostar por modelos abiertamente discriminatorios. No sólo la sociedad estadounidense, pero en este caso es la que nos ocupa, debe comenzar una verdadera transformación desde dentro, donde amplios sectores de la población no se sientan completamente ignorados para que este tipo de riesgos no se presenten constantemente.


En cuatro años ganar las elecciones será más complejo para los demócratas. No se tendrá un enemigo común en el poder en contra del cual se puede aglutinar a fuerzas que de otra manera no convivirían en torno a una misma idea. Los seres humanos tenemos una enorme capacidad para olvidar fácilmente y puede ser que en cuatro años de gobierno y no de campaña, las cosas se compliquen aún más para los demócratas.

Sin embargo, esta puede ser una oportunidad como pocas para demostrar que un proyecto de nación inclusivo donde las diferencias enriquecen en vez de dividir es posible, donde la acción contundente para detener el cambio climático se vuelve el centro de la política y donde hay un combate frontal a la corrupción y a la inequidad social que Covid-19 sólo ha evidenciado. Las protestas desatadas por la muerte de George Floyd, movimientos como #MeToo visibilizan una sociedad donde sistemáticamente unos cuantos se benefician de la explotación de otros, estos asuntos no desaparecerán con tan sólo voltear hacia el otro lado.

¿Se dejará pasar la oportunidad para que un autoritario más competente capitalice este malestar social en cuatro años? ¿El sistema político bipartidista estadounidense tiene arreglo? ¿Hay espacio en el proyecto político de Biden para la tan anhelada redistribución de la riqueza? ¿Biden está dispuesto y tiene el poder para enfrentarse a los grandes capitales? ¿Puede ser el sistema que encumbra, permite y promueve la injusticia social el nuevo enemigo común en contra del cual se organice la sociedad estadounidense? Los resultados de esta elección dejan más preguntas que respuestas.

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