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Estigmatización política

Actualizado: 6 sept 2019

Por: Sergio Anzaldo


Todo régimen político se sustenta en la construcción social de figuras eidéticas, es decir en arquetipos aspiracionales o reprobables de comportamiento. Evidentemente estos modelos de comportamiento cambian al tiempo que impulsan mutaciones en las formas de convivencia y organización de una determinada sociedad. Es la historia.



La pervivencia de estos modelos tiene que ver con el éxito o fracaso al cual conduce su práctica. Por cierto, las costumbres y las leyes tienden a delimitar con precisión qué está permitido y qué prohibido para prohijar la supervivencia de toda entidad política mediante el premio o castigo a cierto tipo de praxis.


Este choro viene a cuento porque nos permite asomarnos a una nueva dimensión de la actual lucha política: la batalla por los arquetipos. De hecho, pareciera que en todo régimen democrático ésta constituye el principal objetivo estratégico para ganar la mayor cantidad posible de simpatías y, por consiguiente, hacerse del poder mediante el sufragio mayoritario en una sociedad fragmentada.


Así, por ejemplo, nos escandalizamos por la estigmatización a los migrantes en el país de migrantes por antonomasia. Más allá de que Trump logre o no desalentar la migración al sembrar en el imaginario colectivo el alto precio del boleto para participar en el sueño americano, es probable que sí logre consolidar una amplia base de simpatizantes que eventualmente le pueden garantizar la reelección. Para desgracia nuestra, parece que su estrategia le está funcionando.


Este mismo ejercicio vale para entender la intencionalidad de Bolsonaro homofóbico, machista y ultraderechista. Su batalla se centra en seducir al mayor número posible de cabezas afines, aún a costa de los valores fundacionales de la democracia: tolerancia, pluralismo y racionalidad. La tragedia de nuestro tiempo es que ganó y hoy es Presidente con base en el discurso de la estigmatización.


El caso de AMLO es interesante y complejo. Para empezar, hasta donde sé es el único presidente que ha reconocido y explicado su intención deliberada de estigmatizar prácticas sociales específicas. De manera pública reitera que tiene el propósito de estigmatizar la práctica de la corrupción y recientemente de la drogadicción.



Recordemos que a Peña Nieto la comentocracia lo crucificó cuando señaló, acertadamente, que la corrupción es una característica de nuestra cultura política. De hecho, es una herencia del Virreinato en donde se vendían puestos públicos a cambio de su usufructo privado. Esta costumbre, reforzada por la socialización de beneficios, crearon una sociedad de buenas conciencias no sólo permisiva a su ejercicio, sino que convirtió a la corrupción en un modelo de comportamiento: A mí no me den, a mí pónganme donde haya, reza la sabiduría popular.


Como siempre, para combatir este fenómeno el primer paso es visibilizarlo, aunque seguramente es una batalla que se librará durante varias generaciones. Por el momento, es la propia sabiduría popular la que pone límites: Hay que ser marranos, pero no tan trompudos.


La estigmatización a la práctica de la drogadicción también tendrá que recorrer un largo y sinuoso camino y también es probable que las actuales generaciones no veamos el desenlace final. Además de las reconversiones de las sufridas madres, es difícil construir argumentos persuasivos para quienes son poseídos por la convicción de que más vale 5 años de rey, que 50 de guey. La complejidad para reconstruir un nuevo modelo eidético va a llevar muchísimo tiempo. A lo mejor por eso son necesarios los Avengers, lástima que su creador ya no está para echarnos la mano.


Si nos pusiéramos mamones, diríamos que la estigmatización es una característica de la cultura occidental que forjó Platón y que luego reforzó el monoteísmo, pero para qué hablar de cosas tristes. Hoy por hoy, somos el daño colateral de la estigmatización política. Y apenas estamos comenzando una nueva temporada.


*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.

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