Por: Vicente Amador
Los cambios derivados de la pandemia son tremendos, y buena parte de ellos fueron inmediatos. De un día para otro, la vida nos cambió. Cierta noche, muchos nos fuimos a dormir pensando que habían aparecido unas inesperadas vacaciones. ¡Oh, sorpresa!, con el paso de las semanas hemos ido despertando a una nueva realidad; una que requiere más fortaleza y resiliencia para seguirle el paso.
De formas e intensidades distintas, esta pandemia nos afecta a todos. Aunque creo que los jóvenes son uno de los segmentos más vulnerados, especialmente en lo económico y lo emocional. Lo cual, nos lo acaba de recordar Naciones Unidas, es una situación que debe abordarse con urgencia.
La Encuesta Global sobre los jóvenes y la Covid-19, realizada en 112 países y cuyos resultados fueron recientemente presentados por la Organización Internacional del Trabajo, muestra que uno de cada seis jóvenes de entre 18 y 29 años, dejó de trabajar cuando inició la pandemia. El impacto es tremendo. Muchos siguen contratados pero sin laborar, y la mayoría sin sueldo. Otro tanto, de plano perdió su trabajo.
A ver, antes del brote de COVID-19 los jóvenes ya se enfrentaban a un mercado de trabajo difícil. Ahora peor, dada la ola de despidos y el colapso de muchas empresas. “Éramos muchos y parió la abuela”, y sigue la descendencia, como ahora verá.
Millones de jóvenes se han topado con el cierre de las instituciones de educación, lo cual afectó a más del 73 por ciento de los encuestados que recibían formación. Casi uno de cada ocho jóvenes interrumpió completamente su educación. Es decir, desde el inicio de la pandemia uno de cada ocho jóvenes dejó de tener cursos, exámenes, tareas, etc.
Ahora, entre quienes sí continuaron clases, no todo es chiflar y cantar. Además de lo que significa acostumbrarse a este nuevo modelo ─que no es poca cosa, se lo digo como profesor y como alumno─, hay factores que obstaculizan la eficacia del aprendizaje en línea, circunstancias que en México son muy palpables. Y es que no es solo ponerse frente a la pantalla y ya estuvo.
¿A qué condiciones que complican la escuela virtual me refiero? A los bajos niveles de acceso a Internet; falta de competencias digitales, de entendimiento de las plataformas tanto de los alumnos como de los profesores; falta de los equipos, de computadoras o tabletas adecuadas en el hogar; falta de espacios adecuados para tomar clases; y, por supuesto, a la falta de contacto social. A todo esto, súmale el estrés, los riesgos de violencia doméstica que sabemos ha crecido durante el aislamiento. Y un factor más, muy importante: la incertidumbre respecto al futuro, que es una gran fuente de ansiedad. Ese es el último tema que quiero tocar, el bienestar emocional.
La Encuesta reveló que, a nivel mundial, uno de cada dos jóvenes entre los 18 y los 29 años posiblemente sufren ansiedad o depresión. Si el total fueran tres, uno de ellos “nunca” o “rara vez” se siente optimista respecto al futuro. El otro, se siente más positivo únicamente “algunas veces”. Solo el tercero se percibe optimista con mayor frecuencia.
Resulta entendible que se precarice el bienestar emocional, porque la pandemia muestra un futuro con mayor incertidumbre. Muchos, de golpe, hemos tomado conciencia de una vida que cambia abruptamente, una suerte de Jumanji que exige sólidas competencias para sobrellevarlo, realizarse y ser capaz de la felicidad también en esas circunstancias.
@VicenteAmador
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