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MORENA y el PRI están a punto de consolidar un pacto a cambio de la ansiada mayoría para aprobar la Guardia Nacional en el Senado, ¿qué estará dispuesto a ceder AMLO a cambio de su más controvertida iniciativa?

La Guardia Nacional se mantiene en stand by en el Senado. La razón es que la mayoría calificada que requiere para su aprobación es de 85 de los 128 senadores, por lo que se vislumbra una tarea complicada si tenemos en cuenta que Morena y sus secuaces solamente suman 76 senadores.


El PAN junto con Movimiento Ciudadano alinearon un bloque opositor conformado por 34 senadores y por el momento no tienen pensado mover ninguna de sus piezas. Para colmo, la Guardia Nacional no solo enfrenta a un bloque opositor en el Senado, sino al interior del mismo partido morenista, en el cual prevalece una fuerte disputa para conseguir apoyos traducidos en votos que terminen por aprobar la unificación de las Fuerzas Armadas, la Marina y la Policía Federal con la promesa de pacificar al país,


Se necesitará una gran capacidad de negociación (mejor conocido como cabildeo) de Ricardo Monreal, líder de la bancada mayoritaria, para sacar adelante este controvertido proyecto, pues la mini-bancada que lidera Martí Batres, presidente del Senado y compañero de partido, aún no garantiza acompañamiento completo para la iniciativa.


El arte del "qué me das a cambio", mejor conocido como cabildeo

Recordemos que el cabildeo es una herramienta de negociación política que implica conseguir apoyo de un grupo o de un actor político específico a cambio de cualquier cosa, DE LO QUE SEA. En el mercado legislativo es muy común que un representante acuerde apoyar determinada ley a cambio de que su par apoye algún otro proyecto que promueve.


La tarea que deberá enfrentar Morena y López Obrador para hacer realidad sus sueño de Guardia Nacional es muy compleja porque necesita cabildear 15 votos que se encuentran repartidos entre el PRI, PAN y PRD, en un momento en el que la oposición le ha negado el aval a la medida.


Un dato curioso que abona a esa polarización en el Senado es la declaración de Miguel Ángel Osorio Chong, acerca de que no acompañarían el proyecto de Morena tal como lo plantea el presidente solo con un mando militar.


A esto se suman las fuertes presiones de los gobernadores al asistir a las audiencias públicas en el Senado, donde quedó de manifiesto su interés por conformar dicha guardia lo antes posible y de paso quitarse el peso de la responsabilidad por la violencia que no logran resolver en sus estados, como quién dice esperan poder aventarle la bolita al Ejecutivo.


Sobre esto último, Osorio Chong aclaró que respeta las posturas de los gobernadores pero que simplemente nos las comparte, demostrando con ello que la disputa de fondo no es por la Guardia Nacional sino por la conducción del PRI, renovación que tendrá que lugar en los próximos meses.

Así, la Guardia Nacional se encamina a costarle muy caro al presidente López Obrador en términos de mercadeo legislativo. ¿Quién terminará cediendo y qué entregarán a cambio?


*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.

"En nuestra inmadurez política y adolescencia democrática, optamos por elegir un dirigente que nos diera exactamente lo contrario a lo que estuvimos recibiendo por décadas. El muy comprensible hartazgo social nos llevó a abandonar el sistema de manera radical e irracional".

Por Roberto Rojo Álvarez


Tenía yo escasos quince años. Edad de rebeldía y también de mucha curiosidad. En efecto, la relación con mi padre estaba muy desgastada por ciertas medidas que él con toda buena intención tomaba hacia mi persona con el propósito de tratar de minimizar los efectos nocivos de mi entonces complicado carácter. Sus medidas fueron creando poco a poco en mí un hartazgo tal hasta que llegó el día en que, como buen latino, tomé la decisión radical de abandonar mi hogar.


Estuve un par de noches en casa de distintos amigos, hasta que la tercera noche encontré a uno cuyo padre me ofreció trabajo y posada. Mi vida cambió radicalmente de la noche a la mañana. Comencé a trabajar en un taller de torno, donde me especialicé en reparar las pistolas de aire que se utilizan para quitar y poner tuercas en las vulcanizadoras. Mis clientes, sobra decirlo, eran algo distinto a los señores con quienes departía semanas atrás junto con mi padre en el club de tenis. Aprendí mucho, me lastimé las manos, y supe lo que es desde abajo ganarse el sustento. Como salí de mi casa con muy pocas pertenencias, con mi primer sueldo me compré un par de zapatos que tiempo después me autografió el maestro Saúl Hernández del grupo Caifanes. Ese es el mejor recuerdo que conservo de la decisión radical de cambio de régimen en mi vida, poco antes de hacer las pases con mi padre y volver a mi anterior mundo fifí.


Precisamente esto es lo que creo que nos sucedió a los mexicanos en las pasadas elecciones. En nuestra inmadurez política y adolescencia democrática, optamos (me incluyo por mera solidaridad) por elegir a un dirigente que nos diera exactamente lo contrario a lo que estuvimos recibiendo por décadas. Nos dio por ignorar cualquier avance existente, a causa de lo ofendidos que nos sentimos por el descaro con que manejaron la obra pública y el desdén con que respondían cada vez que la prensa sacó a la luz una tropelía tras otra, siempre protagonizadas por personajes afines a su grupo de poder.

El muy comprensible hartazgo social nos llevó a abandonar el sistema de manera radical e irracional.


Nos justificamos con un desinformado “no podemos estar peor” sin tomarnos la molestia de voltear a ver a la inmensa mayoría de los países al sur de nuestra frontera. Sin pensar que de la misma forma ha procedido AMLO en el caso de las “Ligas” de René Bejarano cuando era del PRD, y en el caso Rébsamen de Claudia Sheinbaum ya como MORENA, por mencionar algunos. Escuchamos que muchos AMLOvers nos tildan de pesimistas cuando vemos a nuestros hermanos venezolanos como un espejo de cómo podríamos terminar, y aunque sería irresponsable transpolar a la Venezuela de hace veinte años con el México actual, a mí en lo personal no me queda la menor duda de que lo van a intentar. ¿Qué cosa? Perpetrarse en el poder con un sistema dictatorial disfrazado de democracia.

Intento de todas formas darle el beneficio de la duda, sin embargo a dos meses del inicio de su mandato solo veo señales negativas y errores garrafales que denotan un desconocimiento o desinterés respecto al mundo y el sistema en el que para bien o para mal estamos viviendo en esta época.


Como bien me dijo un amigo hace algunos años: “La Autoridad (o el Sistema) y los de a pie, son como la piedra y el huevo. Si se pelean, importa poco quién tiene la razón. Siempre se rompe el huevo.”


La política es negociación. Para mí era preferible seguir negociando el avance dentro del sistema anterior, para ir acortando las brechas de desigualdad combatiendo la corrupción y la impunidad. Simplemente no podemos negar que hay avance. Hace treinta años era impensable suponer a un personaje poderoso en prisión y hoy los hay a pasto, ex gobernadores y ex funcionarios, más todos los que están prófugos de la justicia.


Volviendo a mi historia personal. En su momento entendí que la mejor opción habría sido desde el principio negociar con mi padre términos más justos para ambos, en vez de exponerme a una vida incierta cuyo camino habría sido sin duda mucho más escabroso. Por esta y muchas más razones, yo no voté ni votaría jamás por un demagogo retrógrada y autoritario recalcitrante como AMLO.


Comprendo que nuestra democracia está en camino a la madurez, y aunque nos desesperemos, vamos (o íbamos) avanzando. Ahorita ellos mandan, sin embargo en un futuro, nosotros, el dêmos, seremos la autoridad… y volverá la historia de la piedra y el huevo.


*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.

No solo es la Guardia Nacional, parece que el presidente Andrés Manuel López Obrador considera que el ejército es el más adecuado para llevar a cabo algunos de sus planes más ambiciosos: desde el Aeropuerto de Santa Lucía hasta el reclutamiento de choferes para las pipas de Pemex.

Por: Yair Martínez Madrigal


La decisión de incorporar al ejército en la vida civil, específicamente en lo que tiene que ver con el desarrollo urbano, la obra pública, la seguridad y el abasto de combustibles podría encender las alarmas en cualquier democracia medianamente consolidada del mundo, pero no en México.


En nuestro país, Andrés Manuel López Obrador decidió gobernar con el ejército, hecho inusual para un presidente que recibió un tremendo apoyo popular en las urnas.


No queda claro en qué momento López Obrador decidió poner en manos del ejército sus proyectos de gobierno más ambiciosos: las Fuerzas Armadas se encargarán de construir las dos pistas que se requieren para adecuar el Aeropuerto de Santa Lucía, se convertirán en desarrollador inmobiliario para construir viviendas en los terrenos de una antigua fábrica de armas, se harán cargo de la seguridad de toda la población constituyéndose en una Guardia Nacional, custodiarán y capacitarán a los repartidores de gasolina como parte de la estrategia contra el robo de combustible.


Es cierto que la injerencia de los militares en la vida civil comenzó a finales de 2006 cuando se hizo costumbre ver al ejército en las calles combatiendo criminales, pero el nivel de renuncia de funciones civiles a manos de soldados que hoy vemos no tiene precedentes. Lo anterior supone enormes riesgos que todavía no alcanzamos a dimensionar del todo, pero esa dependencia tiene un punto de partida en el nuevo gobierno: el cambio de narrativa de López Obrador respecto al ejército.


Pese a que la relación entre las Fuerzas Armadas y AMLO había estado marcada por tensiones (recordemos las bastas acusaciones que hizo en campaña sobre el ejército reprimiendo al pueblo y desapareciendo estudiantes), ya como presidente moderó su discurso y ofreció su mano a las fuerzas castrenses. ¿Cuáles fueron las razones de este viraje?

lopezobrador.org

Es claro que López Obrador encontró un país quebrado por la violencia, con una epidemia de asesinatos, un sistema de justicia en crisis y la incapacidad policíaca para responder al crimen. Ante ello, lo más natural es imponer el orden con el ejército, una institución distinguida por su eficaz letalidad y por su capacidad de fuego, a pesar de los enormes riesgos que eso conlleva en materia de derechos humanos.


Otra razón es la incuestionable disciplina y espíritu de cuerpo que tienen los militares, aunque no por ello es una institución prístina ni transparente y mucho menos incorruptible.


Desde la época postrevolucionaria, las Fuerzas Armadas no han perdido sus enormes privilegios y no los perderán ahora con López Obrador.


El ejército ha mantenido una relación de simbiosis con el poder, que ha beneficiado a ambos bandos. Después de todo hacer el trabajo sucio requiere protección e impunidad.


Una última razón de peso para el Presidente de México tiene que ver con su confrontación directa con las élites económicas del país. Es claro que la cancelación del Nuevo Aeropuerto en Texcoco, aunando a otros desencuentros, ocasionó una ruptura entre López Obrador y buena parte del empresariado mexicano, pero chocar con esa cúpula y con los militares al mismo tiempo hubiera supuesto su fracaso anticipado al frente del gobierno.


Por lo anterior, la cercanía del gobierno de AMLO con el ejército es también una declaración de intenciones frente a sus enemigos. Ahora no sólo cuenta con el apoyo popular en las calles, también con el respaldo de las Fuerzas Armadas, lo cual podría sumar mucho más que cualquier facultad constitucional.


*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, la forma de pensar de la Revista El Aguachile.

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